No sé en dónde queden los caminos hacia la eternidad, me imagino que tu partida fue apoteósica, porque así se despiden a los grandes hombres que llevan el sello de la inmortalidad y, que en vida fueron ejemplo de grandes virtudes y excelsas cualidades.

Compadre, me dí cuenta de tú partida, porque las estrellas errantes formaron una calle de honor resaltando tu nombre sobre el horizonte histórico de tu adorada Riohacha y, alcance escuchar las dos canciones de despedida que me pediste en una noche de bohemia, llena de poesía y música, que nos hacían recordar los días de la fría capital, cuando estudiamos nuestras carrera profesional, esas canciones que hoy evocan esos momentos y que enamoraron tú alma estudiantil, ayer fueron la pausa eterna de tu partida, Las Golondrinas, en la voz inconfundible de Ortiz Tirado y El pájaro campana, ejecutado magistralmente por los Machucambos.

Después de rendirte ese homenaje musical, miré de nuevo al cielo y sobre el, una lluvia luminosa desprendida del ancora de un lucero en dónde exaltaba, todas tus cualidades; la amistad, tu verticalidad, el buen sentido del humor, la inteligencia y capacidad jurídica unas de tus mayores atributos, el buen esposo, padre y familiar que siempre encontraron en tu ser un refugio lleno de amor y solidaridad y, muchas más que nos enseñaste al estar departiendo en el juego de dominó del cuál fuiste un maestro inolvidable.

Hoy cuando te despedimos, dejamos jirones de nuestras almas, al paso presuroso de tu partida a los jardines de la eternidad. Paz en tu tumba y al decir del poeta Rubén Darío, sobre tu sepulcro, no más llanto, sino rocío, vino y miel.

Francisco Brito Brugés