Por Euclides Guillermo Moscote Arregocés

Ayeres es el plural de ayer, adverbio de tiempo, utilizado siempre, para recordar el pasado. De este verbo se deriva el sustantivo recuerdo que, como sustantivo, su plural es recuerdos, agregando sólo la consonante ‘s’. Con ello, será mi expresión acerca de un personaje lingüista que dedicó, gran parte de su vida, a la universidad de La Guajira, con su voz académica. Hoy, esta institución recuerda otro duelo porque el Profesor Justo, llamado así por muchos de sus alumnos y compañeros de labor, cumple un año de fallecido. Se trata de un año de distancia entre él, su familia, estudiantes y amigos, quienes gozaron de sus sabios aportes; pues, este docente nacido en Riohacha, hizo muchas obras. De ese mucho, regaló y compartió. De tal abundancia, todavía le quedó y se llevó a la tumba conocimientos profundos.

A través de este artículo y con el apoyo de sus más allegados, se derraman las mayores lamentaciones. Con este hecho, se vive otro mundo particular con los más cercanos a él, con quienes se miró de frente y se vieron los ojos para comunicarse cuanto fuera necesario y que hoy, su ausencia deja un dolor sensible con existencia duradera y perdurable, imposible de llevarlo a las puertas del olvido para deshacerse de él, porque lo querido, lo tratado, lo vivido y manoseado no sale del recuerdo por más que pasen los años. Es un vacío, el cual no se llena jamás. Es un espacio desocupado, enmarcado en el presente y futuro de un ser humano. “Justo se fue”, “Justo no regresa”, “Justo nos espera”.

El trío de expresiones anteriores enuncia una semántica muy dura, muy fuerte; ese significado es la realidad porque, de no ser así, adolecen de sentimiento sobre un ser que muchas personas rodearon, no por hecho casual; más bien, porque la mecánica de las labores comunes lo ameritaba. Claro, el profesor Justo, aún sigue siendo verbo, conocimiento, expresión lingüista, docente y amigo, lo cual es posible reconocer en forma permanente, a manera de historia y, como tal, recuerdo del pasado espléndido, tendiente al presente lúcido y futuro lozano, en generaciones estudiantiles de ayer, del hoy y del mañana; es decir, vigencia y renovación.

El olor de ayeres del profesor Justo, aún retoza en mí. Con esto quiero decir: en momentos cortos, compartidos con él, mientras me revisaba un trabajo, me creaba un ambiente sano. Esta vecindad, me permitió aprender y emplear aspectos diferentes y novedosos de la comunicación escrita, en las obras costumbristas que había desarrollado. Uno de los elementos sumados a la creación del ambiente era su risa constante que iba punteando mi olvido creado; además, en esa franja de tiempo, sin dejar de escribir, me contaba anécdotas y, con esa estrategia, no pensada sino habituada, me daba fortaleza y hasta aprendizaje; en otras palabras, quien trabajaba con el profesor Justo, aprendía y se hacía poseedor del conocimiento.

Lo anterior, registrado en el tiempo, constituye un tejido de recuerdos perdurables en la mente de quien lo vivió y, con ello, se edifica una realidad del mundo de una persona, entregada a la formación académica y digno representante de una institución creada para los guajiros; por su fuerza impetuosa, en su mejor impresión de la palabra, a mano del personaje que nos ocupa, se salió de La Guajira a otros sectores, debido a que ya no sólo es aprovechada por los guajiros. Esa actitud hizo que se formaran personas de distintas latitudes colombianas y de diferentes partes del mundo.

De ese mundo del gran docente, recuerdo que, en los momentos de la revisión textual referenciada, un sábado en la mañana, como era habitual, me dispuse a visitarlo para continuar con la actividad. Ese principio de día, yo llegué a su residencia, toqué el timbre y esperé unos instantes cuando, de pronto, escuché que el pestillo fue rodado. De inmediato, el profesor Justo abrió una de las dos hojas de la puerta. Muy sorprendido expresó: “uuff, huele

a sábila” y, seguido de ello, soltó su acostumbrada carcajada. Esa mañana, continuamos la labor iniciada el 19 de septiembre de 2003 y finalizada el 12 de septiembre de 2004.

Aproximándose al mediodía, dimos por terminada la jornada. Luego, me fui para la casa donde conté lo sucedido a mi señora, ella me dijo: “no creo que Justo lo haya dicho por ti; de todas maneras, te voy a comprar un perfume de Hugo Boss, para que Justo no te vuelva a decir que huele a sábila”.

El profesor Francisco Justo, investigador, lector y escritor, dedicado a esos quehaceres. Esos tres sustantivos lo caracterizaban como un buen formador de formadores, a quienes dirigía en la dura y complaciente tarea de orientar los procesos de formación académica, sabiendo que el conocimiento no se parcela; más bien, él entendía y compartía el conocimiento holístico; por ello, era fácil entender lo explicado por él. Era un don fortalecido, diariamente, porque fue constante en su dedicación, en el lugar preferido por él; es  decir, su estudio, allí permanecía más frente a su computador, durante el día y prefería trabajar toda la noche, acostarse tarde y no madrugar.  

Dentro de los ayeres del profesor Justo, registrados en mi mente, hago referencia de la siguiente historia: al entrar a su estudio, en uno de los cuartos, se veía una bicicleta todo terreno. En una de mis llegadas, le pregunté: ¿usted sale a la calle a hacer ejercicio o manejarla? y me contestó: “no, la compré para pasear en ella; pero, me di cuenta que una bicicleta no compagina conmigo. No me retrato montado en una bicicleta dándole vueltas a Riohacha, ni en la mañana, ni en la tarde”; es decir, la bicicleta,…después de subir los peldaños de las escaleras, nunca los bajó.

Cuando me hicieron la invitaron de escribir sobre el profesor Justo, de inmediato la acepté. Desde ese momento, pensé que no debía negarme, porque hacerlo sería olvidar y desconocer esos ayeres plenos de recuerdos; claro, del material corregido, él, de manera muy profesional, desglosó todo el trabajo en los temas más relacionados por su contenido. De éste, extrajo varios paquetes y cada uno de ellos sería un libro, al momento de su publicación. Tal como lo sugirió, así va a ocurrir.

 Por esta invitación, me siento muy acogido. Escribir sobre una persona quien escribió tanto, es complaciente, reconfortarte. Es una invitación que, no se hace todos los días porque, diariamente, no surge gente que quiera a la gente y el profesor Justo está en la querencia de muchas personas; por esa razón, lamento finalizar con la expresión: Profesor Justo, con su ida, también, aprendimos la clase, cuyo tema es “de la existencia, al adiós eterno”.