Por Juan Manuel Amaya Correa

A comienzos del siglo XX, vivía en Riohacha, un antepasado nuestro (tatarabuelo), llamado Manuel Ramón Amaya, quien había sido Administrador de Hacienda de Riohacha durante la guerra de los mil días, y se caracterizaba por ser una persona muy ecuánime, no obstante había luchado en la guerra civil de 1876 en las filas del partido conservador. Era tan tranquilo que sus amigos se incomodaban porque a él nada lo perturbaba.

Manuel Ramón ya estaba entrado en años, había enviudado y vivía solo en una casa ubicada en la calle primera o calle de la marina. Era el padre de Manuel Antonio, María Ignacia (Paya), Rosa y Posidia. En la guerra civil de los mil días, siendo administrador de hacienda, tuvo un incidente con el general conservador Carlos Albán, quien era a la sazón Jefe Civil y Militar de toda la región, pero afortunadamente el asunto se arregló pacíficamente.
Debido a su ecuanimidad y equilibrio tan grandes, sus amigos se molestaban con él. Uno de ellos manifestó que le iba a dar un gran susto al viejo Manuel Ramón, porque no podía soportar la idea de la tranquilidad del viejo, para ver si de alguna forma este hombre reaccionaba con temor y preocupación. De tal suerte que antes que llegara Manuel Ramón a donde vivía, se metió en la casa y se subió al cielo raso. Allí aguardó y esperó a que oscureciera y que llegara su amigo. Como a las siete de la noche Manuel R. entró a su casa, prendió una vela, se desvistió y se acostó. En esa época no había luz eléctrica en Riohacha, ni mucho menos. Como una hora después cuando todo estaba bien oscuro y había mucho silencio adentro de la casa y fuera de ella, su amigo empezó a vociferar del siguiente modo, fingiendo ser la voz de un espíritu de ultratumba: “Manuel Ramón, Manuel Ramón, uhhh uhhh uhhh”, el viejo Manuel escuchó pero no se inmutó, siguió tratando de dormir muy tranquilo. Su amigo continuó tratando de asustarlo: “Manuel Ramón, Manuel Ramón, uhh uhh uhh”, pero el viejo nada que se afectaba.
Después de varios intentos, Manuel Ramón al fin habló y dijo: ¿“Quién eres?”, ante lo cual su amigo respondió de la siguiente manera: “Soy el espíritu de Pedro Bonivento (quien había fallecido en esa casa cinco años atrás) y mi alma anda en pena desde hace cinco años”, uhhh, uhhh. El viejo esperó muy tranquilo un rato y le dijo: ¿“Y qué quieres de mí?” El espíritu le respondió: “Que me mandes a decir diez misas por el eterno descanso de mi alma”, Manuel Ramón esperó un momento y le contestó muy fresco: “Está bien, haré el encargo que me pides, pero son muchas misas, ¿trajiste con qué pagarlas?” su amigo no pudo más y soltó una gran carcajada. Bajó del cielo raso a celebrar con el viejo su gran ecuanimidad.