Por: Luis Cepeda Arraut

No es menos triste y doloroso para mí, el fallecimiento de Enrique Herrera Barros, una de las promociones generacionales más vigorosa   e intrépidas como representativa de la sociedad riohachera de los años 70.

Su personalidad caracterizada atrajo siempre mi más leal y profunda admiración. Una juventud apreciada por su dinamismo, su inteligencia ocurrente, su tono crítico y polémico, lo mismo que su cultura particularmente exquisita marcaría la semblanza  de un ciudadano ejemplar que amó a su tierra natal como una consigna de identidad con sentido de pertenencia. Siempre llevaba en su pensamiento el idealismo sentido de una Riohacha constructiva y progresista que añoró con huellas de su simbolismo cívico.

Un excelente amigo, un magnifico esposo y padre de familia que siempre supo enmarcar su señorío en todos los actos de su vida prodigiosa. Casado  con Rosa Gómez, una mujer que es orgullo de la sociedad riohachera formó un hogar modelo en el cual resplandecieron siempre el amor, la comprensión y la dulzura.

Expositor y dinámico, de criterio ilustrado, su voz era escuchada con atención y en muchas ocasiones sus comentarios punzantes causaban urticaria a sus contertulios. Un expositor espontaneo con frases hilvanadas y profundamente meditadas dirigidas a corregir entuertos que, en su concepto, deformaban la imagen de liderazgo y el camino   equivocado  por el cual traslucía su conglomerado social intentando siempre cincelar sus esfuerzos propios  para tratar de corregirlos. 

Por estas fecundas razones, Enrique era merecedor de haber ocupado elevadas distinciones  en el comando de la vida departamental con absoluta seguridad de los benéficos resultados esperados, especialmente, en las actividades administrativas  sobre las cuales poseía versados conocimientos. Pocas personas de su época reunían los perfiles humanos como los que adornaron el reconocido perfil de Enrique Herrera Barros. Los riohacheros desaprovecharon la oportunidad de aportarle a su departamento y a su ciudad el concurso de su vida y de su productiva inteligencia.

Lo expreso con conocimiento de causa y experiencia propia ya que bien pude tratarlo y conocer de sus capacidades personales cuando me desempeñaba como Jefe de Asuntos Indígenas y Enrique era mi colaborador inmediato.

En mi concepto Enrique llega tarde a la radio cuando la comunicación social ya estaba en su etapa decadente. Pero, ante la realidad del exclusivismo vivido, Enrique encontró las razones ideales para no detener su liderazgo  decidiendo  incursionar en el radio-periodismo y hacer uso de su voz desafiante, en sus controvertidas alocuciones, demostrando su facilidad de palabra, hablando claro y preciso, sin cortapisas como líder en sintonía de la opinión pública, con sus campañas y proyectos sociales que marcaron la huella imperecedera de su fecundo dinamismo a la par del auténtico “palabrero de la radio” al cual pertenece  el rotulo de su propia nombradía.

La naturaleza de su carácter comulgaba con la frecuencia de su radicalismo conservador. Enrique, una estampa de perfiles inolvidables con sentido humanitario y noble, de recias convicciones periodísticas con las cuales renovó el espíritu de su lucha y convicciones interiores que alimentaron la vigencia de su prestigio.

Enrique Herrera Barros con cuya amistad estrecha vivimos siempre muy honrados fue un verdadero forjador de su pueblo y un hombre estupendo por la pureza de sus intenciones, vivido para las luchas del trabajo redentor y para cumplir con sus esfuerzos los deberes del verdadero patriota.