Pero un líder verdadero también sabe leer el momento oportuno para dar un paso al costado y luchar por nuevas gestas.

Por Érika Ahumada Rodríguez

Un líder puro tiene el deber de destellar su luz donde todo se torna oscuro e iluminar el camino difícil de los que lo siguen hasta llevarlos a tierra firme.

Un gran líder no se anquilosa en la zona de confort ni es renuente a los cambios, sencillamente porque comprende que su mayor fuerza está en su capacidad transformadora y res-lutiva. El líder llama a la calma y espera el momento preciso, pues sabe que la victoria es esquiva para los escasos de paciencia.

Pero un líder verdadero también sabe leer el momento oportuno para dar un paso al costado y luchar por nuevas gestas. Es, en esencia, un librador de duras batallas, un soldado que no se cansa de dejar en el campo de guerra jirones de piel. Su naturaleza indómita lo ha hecho fuerte y perseverante ante los golpes y por eso se levanta cuando cae.

Todas estas cualidades se me vienen a la mente cada vez que trato de definir a un gran líder. Hace unos días, mientras iba en carretera escuchaba una reflexión denominada la ley del iceberg, mediante la cual se explica que un trabajo verdadero solo tiene validez si, al igual que el iceberg, está sustentado debajo del agua por los siete octavos de su volumen. Eso me llevó a comprender con claridad la importancia de nuestras luchas, los logros que alcanzamos y que vamos dejando como cimientos que nos dan soporte para no derrumbarnos ante los terremotos de la vida. Esos cimientos no los vemos a simple vista, pero nos hacen fuertes, indestructibles e indeclinables.

Nuestro país vive una época de grandes cambios y mucha gente está expectante, algunos incluso se están dejando llevar por los sentimientos de incertidumbre. Todo eso es comprensible. Lo que no está bien es dejar de luchar por nuestros sueños y proyectos. Siempre he creído que la mejor forma de honrar la vida que Dios nos regaló como prueba de su amor infinito es llegar al final de ella con la satisfacción de que lo dejamos todo en cada propósito, porque no hay un segundo tiempo en el que podamos recomponer el curso. Es ahora, es aquí.

En síntesis, es claro que si no hay una lucha de por medio no hay progreso. El éxito no concede nada si no media una exigencia. Las buenas intenciones de transformar la vida de tantas personas a través de una causa común es el ideal por el que siempre he luchado y seguiré luchando desde el ámbito en el que esté.

No quiero ni debo quedarme con los brazos cruzados mientras siento que puedo ser agente de cambio para esta sociedad, pues me sobran las ganas de seguir aportando. En el camino he dejado esas bases que hoy sustentan mis objetivos futuros. Veo el mañana con optimismo y soy consciente de que los cambios son necesarios para recordarnos que un universo de oportunidades nos espera.