El viejo adagio dice, que cuando el hombre es digno, su dignidad lo consuela.

Por Rafael Humberto Frías

En Colombia, nuestro país, la dignidad se entiende como el derecho fundamental autónomo, que tiene toda persona al merecimiento de un trato especial por el solo hecho de ser persona; y, además, también se refiere a la facultad que tiene toda persona de exigir de los demás un trato acorde con su condición humana. Ese es el concepto de la Corte Constitucional de Colombia, para referirse a este tema en particular. Desde esta perspectiva, dignidad humana significa que una persona siente respeto por sí mismo, y se valora al mismo tiempo que es respetado y valorado por los demás.

Eso demanda entonces, la necesidad de que todos los seres humanos sean tratados en nuestro país con igualdad de condiciones, y que, además, puedan garantizarse los derechos fundamentales por parte del estado, para que los ciudadanos puedan gozar de los derechos que de ellos se derivan en un estado social de derechos como el nuestro. Pero en nuestro país, se viola constante y frecuentemente la dignidad humana, a través del secuestro, la extorsión, la violación, la violencia intrafamiliar, el hurto a mano armada, la falta de atención médica, el cobro injusto de un impuesto o servicio público, la detención arbitraria de la fuerza pública y la violación del debido proceso, que, entre otros, constituyen faltas muy visibles y notorias a la dignidad humana.

Pero la expresión máxima y sublime de falta a la dignidad humana, la constituye la falta de acceso al mínimo vital de agua y alimentos, que se viene dando en La Guajira, especialmente en las comunidades indígenas wayuu, una población milenaria que va en vía de extinción por esta gravísima falta a la dignidad humana, donde sí, se requiere que la dignidad se vuelva costumbre. Aquí en la tierra donde nace el sol y donde la península septentrional de Colombia se mete al mar como queriendo cobrarle al estado su reivindicación y su falta al derecho fundamental a la dignidad humana ante el abandono estatal. El viejo adagio dice, que cuando el hombre es digno, su dignidad lo consuela. Por eso, es que departamentos como La Guajira, demandan que la dignidad haga carrera y se vuelva costumbre.

Cuando se observa que la corte constitucional declara el estado de cosas inconstitucionales en La Guajira, no está diciendo cosa distinta, que hay una flagrante violación a la dignidad humana de los Guajiros, y como consecuencia, a sus derechos fundamentales. El estado debe poner el ejemplo y el orden como la soberanía territorial en un país con tantas particularidades territoriales y poblacionales como Colombia. Aquí donde una de nuestras mayores riquezas es la multiculturalidad y la biodiversidad. Pero repito, el estado no tiene tiempo que perder, ni tampoco puede seguir inerme ante el estado de cosas inconstitucionales que hacen carrera en La Guajira.

La Guajira demanda la focalización de un gasto público en programas sociales de manera urgente y la intervención del estado con políticas públicas estructurales y sostenibles con enfoque diferencial. Lo diferente se planifica estratégicamente diferente y se interviene diferente con planes de intervenciones que garanticen la dignidad humana de las personas.

Para que Colombia sea una potencia mundial de la vida, debería empezarse por La Guajira, que además es la cabeza del país. Garantizar el derecho fundamental a la vida, es garantizar el mínimo vital de agua y alimentos, y también la asistencia médica a comunidad indígenas dispersas que no cuentan con una red hospitalaria adecuada. Cuando el estado garantiza el derecho fundamental autónomo a la dignidad humana, está administrando vidas y da muestra de que si conoce su territorio y sabe hacia dón-de focalizar el gasto público social.

Por todo esto, los guajiros y las guajiras, ellas y ellos, nuestros mayores y mayoras, queremos que se mejoren los diálogos de la nación con la región para que la dignidad se vuela costumbre. Desde la península más septentrional de Colombia, suplicamos que la dignidad se vuelva costumbre para que nuestros niños y niñas, y nuestros mayores, no sigan cayendo como racimos podridos del árbol de la vida, sin que nadie detenga esta procesión de difuntos.