Por Roberto Gutiérrez Castañeda

La política colombiana de las últimas décadas se circunscribe a debates entre santistas y antisantistas con desconocimiento, la mayoría de las veces, de lo que el santismo ha representado para el país.

Eduardo Santos Montejo, hasta hace poco dueño del periódico, tunjano de nacimiento, casó con Lorenza Villegas hija de Alfonso Villegas Restrepo fundador en 1911 del periódico El Tiempo, defensor del partido Republicano de tendencia conservadora moderada, partido en el que también militaba Eduardo Santos. En el año 1913 después de casado, Eduardo Santos compra El Tiempo y lo dirige.

El 9 de febrero de 1930 el Partido Liberal con la candidatura de Olaya Herrera llega al poder al derrotar partido conservador que se presentó dividido con las candidaturas de   Guillermo Valencia y Alfredo Vásquez Cobo.

Terminado el régimen conservador, fuente de financiamiento del periódico, Santos con su periódico muta hacia el liberalismo y renuncia a las toldas del republicanismo y a las ideas conservadoras.

En 1934 se opone a la candidatura liberal de Alfonso López Pumarejo (subsisten en su alma los rescoldos de la militancia conservadora), pero el 7 de agosto de ese año al posesionarse López como presidente del país desaparecen los reatos morales y adhiere con entusiasmo al ideario liberal.

Continúa  López la era de transformación iniciada por Olaya Herrera. Colombia hace su entrada al siglo XX del que permanecía marginada. La oligarquía del país se asusta, sus privilegios están en riesgo porque se implanta la reforma agraria, el reconocimiento de los sindicatos, la apertura de la educación laica, educación para las mujeres los indígenas y los hijos naturales, la jornada laboral de 48 horas semanales entre otras reivindicaciones sociales.

No existe mayor aglutinante para los oligarcas que el perder sus privilegios económicos y estatus social; las diferencias ideológicas se olvidan y “todos a una”, como en Fuente Ovejuna, hacen causa común para defenderlos.

En reuniones y conciliábulos acuerdan elegir uno de su cofradía que, sin perder el título de liberal, defienda sus intereses; ese no es otro que Eduardo Santos Montejo y lo entronizan como presidente de la República. El desmonte de los principios democráticos comienza; se  atraviesa un palo a la rueda de la Revolución en Marcha, consigna del mandato López.

Ante la posibilidad de que otro pensador vanguardista acceda al poder enfrentan a la candidatura liberal de Jorge Eliecer Gaitán otro candidato liberal Gabriel Turbay. El conservatismo unido ganó la elección. Perdió el Partido Liberal, ganó El Tiempo.

Llega el Frente Nacional y con él la oligarquía liberal conservadora y entre ellos El Tiempo, se sientan a manteles para repartir lo que eufemísticamente llaman el canapé republicano y designar los próximos gobernantes; sólo pueden ascender al solio de Bolívar los miembros contertulios de Jockey Club, asegurando así la cuota parte del presupuesto.

El Tiempo es una razón social, no tiene existencia per se, no piensa per se, son sus dueños quienes opinan, trazan destinos, manipulan la información y la verdad y esos dueños tienen un apellido: SANTOS. 

Con sus editoriales e informaciones segadas establecen la impronta que no hay que ser liberal sino parecerlo porque para ellos no hay dos partidos sino uno que ellos,  la oligarquía, han dividido por dos para asegurar la gobernabilidad de su clase. Surge así la generación de dirigentes liberales estilo GAVIRIA y PARDO alfiles de los grupos económicos que tanto daño han hecho al Partido Liberal hasta llevarlo casi a la extinción y posicionarlo en el museo de la historia al lado de los dinosaurios.

A raíz de los acontecimientos narrados y la lucha fratricida en el país en la pasada elección presidencial (2014-2018) surge la dicotomía de escoger uno de los dos miembros de la misma especie pero de diferente familia política, guerrerista uno, pacifista el otro. Con el agravante de que la familia guerrerista fomenta la guerra pero no la sufre.

De acuerdo con la filosofía hedonista de escoger el menor entre dos malos escogimos al que prometió la paz pero no por ser santista porque, parodiando al presidente López Pumarejo “No hay pacifista malo, como no hay santista bueno”.

He ahí la razón de la sinrazón o lo que es lo mismo la sinrazón de la razón.