Por Nelson Rodolfo Amaya C.

La estructura de ingresos de Colombia ha tenido una constante debilidad: su alta concentración en uno o dos productos que le generan las exportaciones, ergo las divisas para poder acceder a bienes de consumo y tecnologías que mejoren la condición  de los sectores productivos locales.

De inicio, la mono-exportación de café nos llevó a buscar con desespero fuentes alternativas y nos hemos esmerado en catalogarlas; estructuramos mecanismos para registrar su crecimiento, como aquel que nos presenta la evolución de las llamadas exportaciones no tradicionales, pero acusamos la deficiencia de generar políticas públicas mediocres para conseguir el efecto de una verdadera diversificación que registrar. La mejor demostración del fracaso de esa política de ampliar portafolio es el hecho de que al café, fruto de la tierra y del trabajo del hombre,  lo reemplazaron en su liderazgo dos productos de origen extractivo, petróleo y carbón, para los cuales Colombia como gobierno sólo ha movido unas palancas de impulso, para comprometer el presupuesto nacional en el caso del carbón, endeudándose con la cédula y sacar el Cerrejón adelante, y con una observación de condiciones de competitividad en el caso del petróleo. Pero ambos estaban allí, en el subsuelo, para su aprovechamiento.

Escuchamos decir con frecuencia que había que utilizar  esos ingresos para hacer el “vuelco” hacia la verdadera industrialización, hacia la gestión que lograra el despegue de nuestra cacareada ventaja geo-estratégica, el mejor rincón del mundo, a la vista de todos los mercados y dispuestos para saciar el apetito de tirios y troyanos, a punta de “gestión pública” y buen recibo de inversión extranjera directa exportadora para  bienes procesados que generaran empleo y bienestar a la urgida sociedad colombiana desempleada. Pura paja.

Pues llegó una hora que se veía venir, impulsada por los países que han generado una gran cantidad de daño ambiental para lograr el nivel de desarrollo y bienestar con el que cuentan ahora para su gente. Sin duda, han contribuido también a que el mundo entero lleve una vida más cómoda, a base de brindar mejor techo, estructuras de manejo del agua y del desagüe-existentes desde siglos, pero ahora más comunes-, electricidad, y muchas otras comodidades que se esparcieron, en fin, la industrialización, aun cuando un número de más de un billón de personas de los siete billones que habitamos la tierra aún carece de elementos fundamentales para que se entiendan como por encima de la línea de pobreza o subsistencia que indique que viven al menos de manera decente.

Y esa hora llegó para exigir de los gobiernos de Colombia que se dejen de tanta palabrería, que fijen una verdadera política de transición exportadora, antes que la de transición energética. Tenemos una matriz bastante limpia, por la alta generación de hidroelectricidad y la contribución del gas en nuestros consumos de energéticos, así que salir de espontáneos a mostrar que haremos liderazgo en el tema es una muestra más del esnobismo que  nos ha caracterizado por doscientos años. Por el contrario, debemos  concentrarnos en cómo vamos a reemplazar en diez o quince años lo que exportamos por fósiles hoy. Es el verdadero esfuerzo del país, el enfoque para un buen período de más de cuatro años, un compromiso de país, que se obtenga por unas mayorías manifestadas en elecciones libres, no sólo por la libertad de escogencia, sino libres de teorías iconoclastas que estimulan la anarquía y el debate equivocado sobre las soluciones para el país.

No se trata, como he sostenido permanentemente de que todos nos pongamos de acuerdo en el tema, ya que cuando se genera el consenso por el que tanto claman algunos políticos, lo único que se logra es que se silencien las voces indispensables en la democracia que, por virtud de controvertir los temas, eso sí con argumentos no mendaces, ayuden a mantener el cauce de acción eficaz de los ganadores en la propuesta de mejorar nuestra precaria canasta exportadora.

Si de hacer la transición exportadora se trata, las voces deben empezar a aparecer, los candidatos tienen que iniciar sus propuestas con este tema, y la sociedad debe estimular los debates alrededor de ello. Es urgente e importante.