El compositor de temas tan emblemáticos del folclor como “La caída”, “Corazón de oro”, “Noches sin luceros”, “Cadenas” y “Fantasía” es el gran homenajeado en el Festival de la Leyenda Vallenata.

Por Félix Carrillo Hinojosa

No fue en vano la bulla musical que propició su padre Escolástico Romero Rivera, al enfrentarse al mundo que encontró en Villanueva en los años 30 del siglo pasado. Era un joven de escasos quince años, que traía desde Becerril toda una influencia de música, danza y narrativas, que se entrelazó con personas de su misma edad y mayores que él, para construir todo un universo lleno de sabiduría popular, que originó las historias musicales que hoy nos sirven para mostrar el arraigo cultural que aún se percibe, pese a lo irónico del tiempo que todo lo reduce al olvido.

En ese mundo el que manda es el acordeón, pues todo gira en torno a él. Si hay un disgusto, un bautizo, una parranda, un recién nacido, una serenata por dar, el fallecimiento o el nacimiento de unos amores, esos botones redondos de liras agudas y bajos graves acompañado de un fuelle envejecido amenizan todos esos festejos.

De ese entorno, de tantos apellidos revueltos por la música, que van y vienen, en donde el Díaz y el Daza se unían al Zuleta; el Romero con los Ospino y estos, a su vez, con los Campo, viene un poeta; y con él, unos versos cubiertos de música genuina. Tenía que ser así, para que la diferencia se notara y la estilística anclara sus poderosos tentáculos en esos encuentros de saberes que tanto enriquecen al folclor.

Rosendo Romero Ospino, quien le hace honor a su abuelo, no solo por la música, sino por esos apellidos que se unieron para fortalecer lo que cada quien tiene por separado. El tiempo demostró las razones que les asistieron a Ana Ospino Campo y Escolástico Romero Rivera para llamarlo así. Era una manera de poner el pasado en presen-te y no dejarlo ir. Hoy, Rosendo Romero Ospino es un referente que bien le hace a nuestra música vallenata, a su familia, la de hoy y de ayer.

Mientras el joven Romero Ospino daba sus primeros pasos en el barrio El Cafetal, donde nació el 14 de junio de 1953 en Villanueva, La Guajira, las casas distribuidas en calles raras, sin orden, le servían de escudo para ver bajar y subir personas arreando a los animales, cargados siempre de pancoger y luego de provisiones, y ese fenómeno lo ayudó a conocer la fuerza campesina que había en su región.

El contemplar la neblina, inmersa en los cerros del Marquesote, junto al ruido del río que en forma de serpiente le hacía en silencio el quite al pueblo que crecía, la musa empezó a nacer y se vio reflejada en esos primeros cantos, que tienen algo de ese ideario que lo ha acompañado siempre. La caída, merengue; y Corazón de oro, paseo, en la voz de Kike Ovalle y el acordeón de Chongo Rivera, y La custodia del edén, un paseo cuya primera obra grabada en la voz de Armando Moscote y el acordeón de Norberto Romero, marcaron el inicio de un camino lleno de sabiduría, que se empezó a construir, producto de muchas alegrías revueltas con llantos, cuyos versos han marcado su estilo: “Quiero al compás de viejos sones / mi amarga pena destrozar”.

En su búsqueda permanente hay obras que por su construcción rítmica no son tan de él, así las haya creado, por eso algo tiene “Separación” que lo afianza, pero que lo hace diferente de dos paseos de su naciente pluma de entonces, el primero de corte romántico y el segundo alegre, grabados por Gustavo Bula y Norberto Romero, que para los años de 1975 y 1976 se escuchan para bien del vallenato, en la voz de Jorge Oñate y el acordeón de Nicolás Mendoza Daza: “Noches sin luceros” y “Cadenas”, que marcan su ascenso triunfal como creador. Con esas dos obras se graduó Rosendo Romero Ospino.

En esas propuestas musicales que construye Romero Ospino van apareciendo obras que caen en manos de nuevos y reconocidos intérpretes, que les dan el posicionamiento que se necesita para afianzar lo logrado y abrir nuevos espacios que catapulten al autor y compositor, que, sin proponérselo, es distinto a muchos de su generación.

En esos caminos que va construyendo aparece lo social como un mecanismo que le puede servir para crear la denuncia de aquello que no se encuentra bien. Decir sin ataduras lo que percibe, sin dejarse arrinconar por la literatura romántica y reconocer que tiene al frente una nueva manera de construir la canción necesaria. En ese tránsito que le permitió acercarse al problema, generó el paseo Gira mundo en la voz de Daniel Celedón y el acordeonero Norberto Romero.

“En las alturas de la cordillera un hombre bueno sembró hierba mala / el contra-bando en el Cabo ‘e la Vela es más frecuente que la Chicha-maya / una ciudad Cartagena de Indias donde el turismo margina a los negros / y un estudiante en huelga que grita, contra el sistema ‘lucha, compañero’ / y un preso que allá en la cárcel se olvidó que gira el mundo / y unas navidades de ingrato aguinaldo / pa’ un anciano ciego y un gamín desnudo / madres que van cansadas con las sandalias del nazareno / bajo la luna gira este mundo / y se muere mi pueblo”, asegura Romero en su canción.
A todas esas verdades sociales logró ponerles música Romero Ospino. A la problemática que encierra el amor con su desamor a cuestas, el trabajo, las continuas inequidades, el poder económico y político centrado en unas cuan-tas manos, la mala educación, la no apertura a una verdadera revolución de la tierra, una vivienda y un trabajo digno, al olvido, a la vanidad que ayudan a trastocar los valores. Al irse y no regresar como puerta a la muerte, el desaparecer estando vivos.

Todo creador tiene una afinidad con uno o varios intérpretes. A él le tocó poner la obra en los lineamientos de unas voces y acordeoneros y en ese proceso tuvo la fortuna de entregar la obra justa para el intérprete inigualable. Mi poema y Romanza eran para la voz de Silvio Brito y el acordeonero Orangel el Pangue Maestre. El cantautor Diomedes Díaz y el acordeón de Colacho Mendoza podían darle el estado mágico que traían Fantasía; mientras que Canción para una amiga, entre muchas otras, tenía que estar arropada por el sentimiento de Rafael Orozco y el acordeón de Israel Romero Ospino.

Pero qué decir de Mi primera canción, que recoge muchas verdades, entre ellas, que “aquel cuaderno donde estaban mis canciones / un día la Nuñe lo quemó con la basura / pero en mi alma palpitaban acordeones / descifrando sones, arrancados con ternura”, en la voz guajira de Alberto Zabaleta y el acordeón de Alberto Villa.

Su más reciente obra grabada es Me sobran las palabras, en el que reafirma el efecto del amor: “y qué hago sin tus lindos ojos / y qué hago yo si no escucho tu voz”, que el Binomio de Oro con la voz de Dubán Bayona hizo éxito en muchos lugares del mundo. Es una obra con muchas expresiones posmodernas, cuya musa es María Ligia Cuéllar.

Es de los pocos creado-res del vallenato que ha logrado éxitos en otros géneros musicales, del que podemos resaltar La Zenaida, grabada por Armando Hernández, Macumba Yambé, Cumbia José Barros y Entre tambores y flautas.

El trabajo artístico de Rosendo Romero ha sido exaltado en diversos momentos de su vida, pero ahora será honrado en esta edición del Festival de la Leyenda Vallenata 2021, en el que se aplaude a su musa y se reconocen las voces narrativas de un poeta.