Por Roberto Gutiérrez Castañeda

La pandemia provocada por el corona virus ha servido de pretexto a los gobernantes para no cumplir sus programas de gobierno y para no dar respuestas a las explicaciones que, desesperada, exige la sociedad.

El gobierno de La Guajira no escapa a esta realidad donde la acción del gobierno regional brilla por su ausencia. Antes del 2011 los gobiernos municipales eran considerados como nos consideran los wiwas, ahuacos, koguis y kankuanos: como “hermanos menores”. El premio mayor, la panacea era el gobierno departamental.

Debido a la crisis institucional de la gobernación como consecuencia la interinidad administrativa y la falta de confianza que ella generó entre los guajiros y en los círculos del gobierno central el cargo de gobernador se devaluó y empoderó a las administraciones locales; debido a ello hoy tiene, en el imaginario popular, mas rango el cargo de alcalde que el de gobernador.

El proceso electoral pasado llenó de esperanza a La Guajira que, como siempre, aspira que su situación cambie para mejorar y ante la presencia de un joven  con un curriculum envidiable: con  estudios de especialización en las mejores universidades del país y de USA, experiencia administrativa; conocido y conocedor en los vericuetos del poder en la capital del  país, capacidad  de convencimiento por  la fluidez de expresión y la pedagógica presentación de sus programas, unido todo ello a su carisma personal ,el pueblo guajiro dejó atrás su escepticismo y volcó su esperanza en el gobernador actual.

Hoy, nuevamente, la esperanza se ha trocado en desesperanza y frustración. El gobierno departamental es un ente anodino, autista.

La RAE define autismo como “la intensa concentración de una persona en su propio mundo interior y la progresiva pérdida de contacto con la realidad exterior”.

Tal parece que el gobernador hubiera descubierto la inmensidad del reto que tenía ante sí y se hubiera llenado de lo que los artistas llaman “temor escénico” al comprobar que él no estaba preparado para ello y , como una respuesta orgánica a este desafío, tomó una posición fetal, se enconchó en sí mismo y tendió a su alrededor un muro de incomunicación que le permite seguir viviendo en un mundo utópico donde La Guajira marcha como un ente autosuficiente y capaz cuando la realidad  verdadera es el desorden administrativo, la insatisfacción de los gobernados y la desilusión de sus propios seguidores.

Pero no todo puede ser negativo, aún los más recalcitrantes autistas tienen ventanas de lucidez que le permiten intercomunicar los dos mundos en que se mueven, escuchar sugerencias y medidas de atención y algunos logran vencer su “repliegue patológico de la personalidad” e involucrarse en su entorno social; para esto se necesita paciencia, tiempo e interés de los terapeutas y del paciente. Pero, aquí surge el pero, ante la crítica situación del departamento, crisis de gobernabilidad, crisis de orden público, crisis económica, crisis en salud, crisis educativa, crisis de valores morales y éticos, donde la crisis hizo crisis, ¿tendremos tiempo para esperar que el enfermo mejore?

Amanecerá y veremos.