Por Nelson Rodolfo Amaya

Al concluir el año de precampaña en Colombia, no hay colombiano que no aborde el tema del análisis de la situación con las limitantes de modo, tiempo y lugar que algunos no incluyen en sus pronósticos. A veces leemos planteamientos apropiados para la época, más parecidos a cartas al Niño Dios que a anotaciones para reflexionar sobre el momento.

Los bloques políticos conformados nos tienen hoy observando cuatro sectores que se enfrentan en una muy interesante alineación de posiciones, que no pueden ser ajenas a la orientación política de su pensamiento, tanto como a las diferencias entre sus propuestas de gobierno.

A la izquierda radical del espectro aparece el bloque de la Colombia Humana con Gustavo Petro a la cabeza, quien representa un sector de la opinión pública distante de todo lo que ha gobernado en el pasado nacionalmente (se les olvida a veces lo que su líder hizo, deshizo y dejó de hacer al gobernar Bogotá), y que tildan de corruptos y ‘paracos’ a cuántos opinen distinto de ellos; muestran una fuerza beligerante de choque que elevará los decibeles del debate e impulsará las cargas emocionales de todos los partícipes. Dueño de una capacidad estratégica y dialéctica destacable, Petro dará mucho de qué hablar, no sólo durante la contienda sino también en los años que le sigan, que en mi concepto, no serán desde la Presidencia, por cuanto sus apoyos son reducidos a los odios que inculca, que tienen doble contabilidad: la de quienes lo apoyan y la de quienes lo rechazan, estos últimos los mayoritarios.

La extrema opuesta, que por mucho que disimulen, es la del Centro Democrático. Con un candidato prestante y preparado deberá superar el pero voluminoso de carisma que se le endilga si quiere tener un espacio en el partidor de mayo.

Difícil evolución de su permeabilidad en el electorado, ya que cada vez que predica cómo gobernaría la estridencia de las voces beligerantes no deja escucharlo.

Es la paradoja de ser un moderado representando un sector extremo, que se siente aún abanderado de un plebiscito sucedido hace cinco años, que no genera decisiones políticas, y dueño de la seguridad que pretende hacerla propia, cuando todos la quieren enarbolar por indispensable en la patria de hoy.

Cerca de la izquierda ‘petrista’ figura un paquete de personajes disímiles, unidos por apartarse del gobierno que representa Duque como miembro ‘rebelde’ del CD. Robledo, en plan de ser antiPetro, es el ‘niño diferente’ a todos los demás.

Recalcitrante del Moir, izquierda igual de radical a la de la Colombia Humana, no oculta su desagrado por la forma de actuar de Petro, no solo como dirigente, sino como persona. Intentará por todos los medios mostrar la cara de ese dirigente que conoce y que lo hizo distanciarse de él, cuando han estado en el pasado en las mismas causas. Fajardo, apretado contra las cuerdas por las investigaciones de Hidroituango, tendrá que salir a mostrar algo de sustancia programática, ya que con él sucede como dicen los españoles de los gallegos, que se los encuentra uno en una escalera y no sabe si suben o bajan.

Alejandro Gaviria, la gran decepción del grupo, tuvo todo el escenario para lucirse con propuestas serias y su falta de experiencia política lo llevó a dejarse juzgar más por su despelucada cabeza que por el contenido de sus ideas, las cuales han sido, entre otras, muy poco explicadas.

Se dejó enmarcar por los periodistas como el ateo del abanico, a su gusto, ya que su academicismo lo ha llevado a disfrutar explicaciones que no aportan nada de sustancia al caldo de corchos en el que se ha convertido dicha coalición. El ‘expertise’ de haber trabajado en los gobiernos de Samper y de Santos reconocido por Cristo, bastaría para darle no un voto sino un veto de confianza a cualquier posibilidad de ganar adeptos.
Juan Manuel Galán, muy engalanada su solapa con uno de los símbolos de los principales problemas que tiene Colombia, cual es la marihuana, nos hace desdeñar de sus capacidades de enfocarse en lo que necesitamos.

Mucha cuerda tienen los de la coalición experimentada, como se autodenominan. Se parecen más entre ellos que cualquier otro grupo de aspirantes. Visten la misma camiseta y muestran una gran solidaridad y espíritu de cuerpo, ausente de zancadillas y solidarios con las ‘caídas’ de sus miembros, bien por accidentes como el de Echeverry, o bien por no alcanzar las firmas como Peñalosa.

Quieren ganar con ánimo muy destacado de hacer las cosas bien, a base de buena gerencia pública demostrada. Deben buscar rebeldía frente a las preguntas de los medios, que la verdad, son los principales responsables de que la gente, el auditorio hoy mayoritariamente indeciso, no se enfoque en las propuestas y en lo sustancial del debate.

Esa persistencia en catalogarlos de ‘uribistas’, ‘santistas’, o cualquier otro mote asociado al pasado, y eso de requerirlos sobre el apoyo sobredimensionado de los caudillos debería llamar a un rechazo colectivo de los aspirantes.

Por otro lado, muy difícil determinar hoy, salvo arúspices de veras iluminados, quién sobresaldrá en el apoyo ciudadano en marzo para mover las consultas. Esta última coalición padece el verdadero problema: El Partido Conservador, representado en ella por dos aspirantes, uno oficial, Barguil, y otro militante pero respaldado por firmas, Echeverry, repartirá sus preferencias en una actitud muy propia del conservatismo, cual es salir a votar sin dejarse imponer nombres de los dirigentes regionales, cuando de seleccionar un presidente se trata.

No sólo los conservadores: Todos ven que la gente saldrá a votar movidos por la importancia que tiene el Presidente en lo que se avance en materia de bienestar y desarrollo con equidad. Y las desprestigia-das encuestas no son la medida descalificatoria o habilitante para decir hoy que cedo mi puesto a un coaligado que tiene mejor oportunidad de ganar que yo.
Nadie va a ceder antes de marzo. ¿O sí? Dejemos llegar el otro año.