La corrupción en Colombia, como en La Guajira, que se ha vuelto un estereotipo concebido, se asume como parte de la vida diaria.

Por Jorge Sprockel

Con mucho acierto se ha dicho que la corrupción es la costosa plaga que carcome a Colombia en general y a La Guajira en particular, definido por el diario costeño El Heraldo como “el peor de los males que nos aqueja, enfermedad más maligna de los cánceres”, que en criterio del ex contralor EDGARDO MAYA VILLAZÓN, le cuesta a la nación unos 50 billones de pesos al año, casi un billón de pesos por semana, ya que se registran centenares hechos de corrupción que invadiera a servidores públicos desde los más encopetados o mal llamados aforados que en lenguaje político y judicial no es más que “privilegiados”, afrontando investigaciones y sanciones penales y administrativas. Esta práctica es abominable, despreciable por lo diabólica y aberrante que encierra socialmente.

La corrupción en Colombia, como en La Guajira, que se ha vuelto un estereotipo concebido, se asume como parte de la vida diaria burocrática y del desarrollo normal de las entidades públicas y empresas privadas, produciéndose una amplia tolerancia social hacía una cultura de la ilegalidad generalizada, como el de la salud que cobra insospechables vidas entre la población de todas las edades. El pago de “coimas o mordidas” o como vulgarmente se conoce el C. V. Y (como voy yo), incrementando los niveles de pobreza al reducir la inversión social que afecta le ejecución de los proyectos que puedan mejorar la calidad de vida de las comunidades vulnerables, que vale más que la misma vida. De qué nos sirve tenerla sin bienestar.

Los tipos de corrupción más frecuente son: peculado, soborno, cohecho, la apropiación de bienes públicos, la extorsión que genera detrimento patrimonial y el nepotismo; como es habitual la sucesión del poder en familias colombianas y guajiras sin importarle el cuestionamiento de sus indebidas conductas en lo legislativo y administrativo.

Pero debemos determinar que estos atroces delitos no son tan gravosos por el hecho de meterse a los bolsillos o a las mochilas el dinero que se roban,  sino que con ese desfalco al erario son responsables de la crónica desnutrición de la población infantil en general y la indígena en particular, a quienes literalmente estos estafadores de cuello blanco o profesionales del delito les quitan el pan de la boca a cientos de niños que mueren por inanición o desnutrición severa por la pobreza extrema a que los conminan; bajo índice de cobertura de servicios públicos, el colapso de la educación en sus tres niveles, el alto déficit de vivienda, escaso saneamiento básico, poco escenarios deportivos y ausencia de culturales, nula infraestructura para promover el turismo en sus dos modalidades: etnoturismo y ecoturismo que generarían crecimiento económico regional, y pare de contar.

Mientras que la inmensa mayoría de la gente padece de satisfacciones mínimas, los que indebidamente se apropian de miles de millones de pesos oficiales, disfrutan desde la detención intramural o domiciliaria del bienestar a sus anchas en detrimento de la satisfacción de las necesidades básicas de la inmensa mayoría, ostentando patrimonio en edificios, conjuntos cerrados,  fincas, casas de campo y de eventos que explotan económicamente, vehículos de alta gama que mandan a blindar para protegerse de los evidentes delitos cometidos, etc., etc., etc…

Sea oportuno recordar que el controvertido, polémico, escritor fecundo, diplomático y anarquista del lenguaje JOSE MARÍA VARGAS VILA (1868-1933), acuñó la incómoda frase urticante “la política y la prostitución en Colombia ocupan el mismo renglón”; parafraseándolo pienso no equivocarme al decir que la corrupción y la prostitución en Colombia y La Guajira en estas últimas décadas ocupan la misma posición, por los evidentes y recurrentes actos de esta naturaleza. ¡Lástima que los carteles de la corrupción de Colombia y La Guajira, no pongan esas criminales habilidades para hacer resiliencia y sinergia en beneficio social de la inocultable pobreza extrema nacional y regional!

Es probable que, mediante una combinación de una voluntad política fuerte, un marco legal adecuado y el apoyo del público; se pueda controlar este cáncer que en Colombia y La Guajira se ha convertido en un Coronavirus o Covid-19, en el que se involucra lo oficial y lo privado constituyéndose una obvia relación de vasos comunicantes entre ambos sectores, que socaba o volatiliza todo lo que socialmente se trata de construir. La corrupción o conducta antisocial, fenómeno universal, es la pandemia que ataca la gobernanza, por lo que sus reformas y bien intencionados procesos administrativos no pueden echar raíces. El desempeño de los cargos se remunera no tanto por el salario devengado, sino sobre todo por el usufructo que de ellos se pueda sacar. (Continúa)