Por Nelson R. Amaya
La democracia representativa instituyó los partidos para aglutinar maneras de concebir el manejo del estado, generar opinión de respaldo a las tesis que pongan de presente a la comunidad en general y, con ello, dirigir el gobierno para mejorar las condiciones de vida de los habitantes de un territorio.
Es indispensable ser claros en las propuestas. Se demanda transparencia en su forma de expresarlas, e igual se exige consistencia y sindéresis en caso de ser favorecido por el voto para gobernar con lo presentado a los electores. Es la teoría. Pocas veces esto se logra. No solo en Colombia, diría que en el mundo democrático. Las circunstancias son tan cambiantes, el día a día de una sociedad tan volátil, las necesidades de acuerdos políticos para poder gobernar tan apremiantes, las ambiciones por trascender o por enriquecerse son tales, que la distancia entre propuestas y ejecutorias termina siendo inmensa. Dejo constancia de no estar de acuerdo con acudir a la incertidumbre de la vida para atracar al elector ingenuo, o al más idealista, haciendo pasar a mejor vida las razones para ganar, so pretexto de acomodarse a sus anchas en el poder. De ninguna manera puede uno excusar esos malabarismos cuando las intenciones de gobernar diametralmente opuestas a lo dicho en campaña han sido ocultadas de manera dolosa, como es de reciente recordación por los colombianos.
Pero cada vez aumenta la tendencia a diferenciar de forma notoria la voz del candidato en campaña con la de los decretos del gobernante elegido. Al extremo que se vuelve más difícil encontrar las coincidencias de lo dicho durante la contienda con las realizaciones de políticas públicas en los balances de sus decisiones, que al contrario.
¿La ilógica de la política? Imposible acudir a una sola causa, como todo en estas lides. Variado abanico que va de la administración de realidades distantes de la efervescencia del discurso político, hasta la distorsión de los objetivos de gobernar que opera en algunas mentes inexpertas que llegan al poder al gratín, como se dice ahora, y como pasa hoy.
Van mejor estos argumentos aplicados a la disputa que se avecina. Y ya sabemos que la campaña por la Presidencia inicia en Colombia al día siguiente de haberse declarado un ganador. Lo cual es válido desde el punto de vista de confrontación de tesis, y desde la necesidad de ejercer el control político sobre cada mandatario.
A sabiendas de que nadie gobernará como dice que lo va a hacer durante la campaña, debemos estar atentos a ir identificando los carretazos por venir y las evasivas para llamar algunas cosas por su nombre. Pero hay algunas que ni siquiera llegan a ser propuestas de campaña, sino gritos por llamar la atención del público, siempre ansioso por sangre en la arena. Las apuestas van desde las más osadas, propias de los extremos derecho e izquierdo, tan malos como los de la selección colombiana de fútbol. Esa necesidad de mantener la conversación girando a su alrededor y al de su contendor que habilidosamente busca Petro, lo lleva a mencionar de forma reiterada a Uribe. Tanto éste, gallito de pelea, como los medios que inconducentemente hacen de cada payasada una proclama a la libertad de prensa, ponen a todos a oír semejantes dislates de compra de tierras de predios específicos, como si esto fuera una política pública digna de mencionarse, y no un recurso estratégico de avivar la confrontación entre los sectores de opinión que quiere formar el de la izquierda a punta de resentimiento y odios. Lo logra, Petro, astuto político y el más experimentado candidato en la arena.
Señores precandidatos serios: No es explicando cómo van a gobernar que lograrán ganar las elecciones. No sean tecnócratas fastidiosos, aburridos. Se habían acostumbrado a ser nombrados, no elegidos, por ello no proponen sino el desarrollo de cuadernillos con fórmulas, proyecciones, que no logran conmover al electorado que quiere ver su carácter desde sus corazones, no desde sus hojas de cálculo. Anímense a dar la batalla. Lo escuchamos todos los días de votantes sensatos: hay para escoger, pero no conmueven, no sacan a relucir las emociones. A éstas son a las que primero deben llegar, antes que a las razones de los votantes. El miedo a los extremos está siendo el ganador. Ahogado entre la poca capacidad de convencimiento de los moderados. Calienten el cuadrilátero, desde la sensatez, pero con sus corazones.