Por Nelson Amaya
Sólo quiero sobrevivir.
No pretendan hacer experimentos en mí. No quieran quitarme la fuerza de estar acá desde hace siglos, a base de “enseñarme” cómo es la vida, la dura vida, en esta península.
Mi fuerza se basa en repasar lo que he hecho para encontrar en él lo que debo hacer hoy. Mi fuerza está en la capacidad de vencer el ayer, para hacer este día la manera de poder llegar a mañana.
En vez de aprender de mí, quieren darme lecciones.
En vez de guardar respeto por mis costumbres, han buscado como imponerme las de ellos, como hacer de cada día uno de imitación a su forma inestable de ver la vida. Ayer quisieron calentarse con leña. Hoy quieren calentarse con carbón. Mañana quieren hacerlo con molinos. Yo me caliento con mi sol y sé guardar para mis noches frías la luz de la naturaleza.
Ha muerto un niño tras otro. Han sabido andar con descaro de ranchería en ranchería, tomando fotos a mi pesar, para alzar un falso sentido de misericordia. Los billetes se les salen de los bolsillos de la ignominia. Vienen varios, con la misma camiseta marcada de una empresa del gobierno. Es la misma camiseta, pero es distinto el aríjuna. Parece el mismo, por su actuar. En realidad, es el mismo, solo que con distinta sonrisa para la foto.
Ahora, vienen de otra forma. No sé si son los mismos, pero se parecen. Ya no les importa lo que necesito para sobrevivir: mi tranquilidad, mi lucha, mi paz. Les interesa un molino, pero no para sacar agua, que la necesito con urgencia. Para sacar algo que tampoco tengo: como cargar mi celular para saber de mis hijos que estudian a la distancia. Que necesitan a sus padres para enviarles lo que puedan y sean buenos profesionales, eso que yo mismo no sé para qué sirve. Pero el diploma, nos dijeron, nos hará cambiar la vida.
Vinieron luego en manada. Comieron bastante. Dijeron que todo iba a mejorar ya. Que unas leyes, que no son las de la naturaleza ni las de mi etnia, impedían hacer las cosas rápido para ayudarnos. Otras leyes les dijeron que así no era. Total, a hoy, sigo esperando que hagan lo prometido. Mientras tanto, sobrevivo.
Mis sobrinos se fueron para Santa Marta y Barranquilla. Muy jóvenes, aventureros, fueron a buscarse la vida, de mensajeros de las tiendas. No tenían más ganado que pastorear, ni forma de trabajar de celadores en las empresas. Ya regresarán, cuando haya un velorio.
Sobreviviré. Es la ley de la vida. Me desilusiona tanta promesa, pero ya me acostumbré a esa forma de vivir. Estaré aquí, cuando venga otro gobierno. A decirme lo mismo. Más fotos. Más comida. Más dura la vida. Más larga la espera. Más fortaleza en mi alma.
Firmado,
UN WAYÚU.