Alex Char adelanta una campaña austera, sin publicidad electoral, ni jingle, ni grandes concentraciones en la plaza pública.
Por Francisco Cuello Duarte
Todas las encuestas dan a Alex Char, ganador absoluto a la alcaldía de Barranquilla. A las 9 de la mañana tiene su credencial en el bolsillo. Es un verdadero fenómeno político pues el pueblo lo apoyó en este tercer proyecto a pesar del bombardeo implacable de sus opositores en cuanto al escándalo por la detención de su hermano en el proceso que lleva la Corte Suprema de Justicia en el caso de la exsenadora Aida Merlano, por la supuesta compra de votos, en un país donde más de la mitad de su clase política llega al poder por este camino.
Alex Char adelanta una campaña austera, sin publicidad electoral, ni jingle, ni grandes concentraciones en la plaza pública ni tampoco debates televisivos con sus contrincantes. Su programa de gobierno consiste en fortalecer a Barranquilla en la ciudad más importante de la zona del Caribe y la más llamativa para la inversión interna y la extranjera. ¿Qué lo hace ganador de la tercera alcaldía? Su absoluta credibilidad y su humildad, por lo que la gente le perdona todos sus errores y defectos.
Por eso, todos quieren irse a vivir en Barranquilla siguiendo la canción del Joe Arroyo: En Barranquilla me quedo. Blablabla, blebleble, blobloblo.
Mientras tanto, a 500 kilómetros de la Puerta de Oro, en otra ciudad se da un caso similar, en Sincelejo, con Jair Acuña. Es otro ganador absoluto de esa alcaldía, según lo indican todas las encuestas, a pesar de la imagen que difunden los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales.
¿Qué será lo que tiene el negro, como dice la canción de Calixto Ochoa (El Africano), para que el pueblo sincelejano lo quiera de alcalde de su capital? Su credibilidad y su buen corazón con su pueblo, como sucedió con la gente pobre durante la pandemia del covid-19, cuando estuvo presente con ayuda permanente para las familias más vulnerables, mientras la clase política se refugiaba en sus haciendas huyéndole al virus, y olvidándose del sufrimiento del pueblo que sólo saludan unos meses antes de las elecciones.
Jair Acuña le puso el ojo a ese pueblo, le llevó cobija y alimentos cuando más lo necesitaba, y como un experto terapeuta, en la oscuridad de la noche, el negro destapó a su comunidad, arropada de pies a cabeza, sin rabia y sin ruido, hasta convencerla que será la mejor opción para dirigir los destinos del municipio.