Por Óscar Domínguez Giraldo
La noche del domingo 20 de julio, hace 54 años, 530 millones de mirones presenciamos por televisión en blanco y negro el alunizaje del hombre mono. El visionario Julio Verne habría estado en primera fila.
Nadie reparó en la deferencia gringa de alunizar a dos cosmonautas el día que celebrábamos otro año de independencia del yugo chapetón. Por esta vez nos olvidamos del episodio del florero y de los madrazos de González Llorente a los criollos.
Aquel 20 de julio, como de costumbre, la Luna estaba ahí como un punto sobre las íes del infinito.
Aquella noche, el mono Neil Armstrong puso sus pies en la luna, un sitio hasta entonces reservado a astrónomos, astrólogos, novelistas, poetas, enamorados y uno que otro perro despistado, como el del poeta Silva: “Y se oían los ladridos de los perros a la Luna… a la luna pálida”.
La perrita Laika, coqueta y soviética ella, le había ladrado de cerca a la luna pálida, orbitando a su alrededor el 3 noviembre de 1957. Laika, quien bailaba muy bien el can-can, abrió el camino, convertida en Cristóbal Colón de tacón alto.
Un bípedo, también soviético, Yuri Gagarin, a bordo del Sputnik II, en abril 12-61, había seguido los pasos de Laika lo que puso a sacar pecho a su jefe Nikita Kruschev.
John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos, trataba de sacarse el clavo de la frustrada invasión a Bahía Cochinos, en Cuba, y buscaba un pretexto para sumar puntos ante su gente golpeada en el mástil de su vanidad por no haber defenestrado a Fidel y a sus barbudos.
Sin saber cómo ni cuándo, la luna, esa tierra virgen “donde la mano del hombre jamás había puesto el pie”, se había convertido en objetivo político.
Los Beatles se extrovertían con Yesterday y yerbas afines. Más de un desertor temporal del bolero se asilaba en Satisfaction, de los Rolling Stones, para regresar muchos años después al establecimiento con corbata y todo.
Mientras dos gringos, Armstrong y “Buzz” Aldrin y Mike Collins, volvían realidad el sueño de Verne cien años atrás, otros tratábamos de buscar un espacio bajo el sol.
El 20 de Julio del 69 – el erótico y kamasútrico número del amor-amor- medio mundo se acomodó frente al televisor con su dosis personal de crispetas como si se tratara de una final del mundial de fútbol.
Nunca le paramos bolas a las frases que Armstrong pensó para soplarlas cuando alunizara. El hombre era consciente de que alunizar sin frase a bordo, era como no haber estado allí.
La periodista Oriana Fallaci en una espléndida crónica, recuerda que la primera de dos frases que pronunció Neil. fue: “Ahora salgo de la plataforma del LEM”. ¿Gastarse miles de dólares para semejante bobada?
Pero la historia es la historia y hay que consignar que Neil había craneado otra frase mejor, la misma que le había confiado en secreto a mamá Armstrong. La frase era: “Esto es un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad”.
Mamá Armstrong, quien se comprometió con su vástago a no contarles la frase ni siquiera a sus amigas de costurero, seguramente le comentó a su hijo que peores cosas se habían dicho en la vida, pero que él era piloto y no Whitman, Faulkner ni Mark Twain. Y autorizó a su muchacho a seguir adelante con la frase ya que no se le había ocurrido nada mejor. Se perdió la platica invertida en la escuela.
Personalmente, me desilusionó la llegada del hombre a un sitio donde no hay muchachas de abril, helados, tiendas, libros, parques, fútbol ni árboles para que los colegas de la perrita Laika alcen la patica para depositar allí su Chanel.
Porque, ¿cómo es que no le salió nadie a Armstrong, “Buzz” Aldrin y a Mike Collins? ¿Así es de aburridor el universo o sus habitantes que estamos solos?
Pero Neil se demoraba mucho en su caminata. Por fin vimos cómo el par de gringos emprendían el retorno a casa.