“Desde entonces comenzó Jesús a advertir a sus discípulos que tenían que ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas, y que era necesario que lo mataran y que al tercer día resucitara”: Mateo 16: 21.

Por Hermes Francisco Daza

La resurrección de Jesucristo ha sido sometida a un riguroso escrutinio, desde los días del Nuevo Testamento hasta ahora. Los historiadores entrenados en las leyes de la evidencia han afirmado que la resurrección de Jesucristo es un hecho histórico plenamente probado. Para los que hemos aceptado a Jesucristo como Señor y Salvador personal, la resurrección es de importancia capital puesto que es el fundamento de nuestra fe, si Jesús no resucitó nuestra fe es ilusoria y todavía estamos en pecado. Sin este hecho jamás se hubiera formado la iglesia. La Iglesia Cristiana sin importar su denominación (Católica, Protestante o Anglicana) se apoya sobre la resurrección de su fundador. El milagro de la resurrección y la existencia del cristianismo están íntimamente relacionados. Si Cristo se levantó de entre los muertos, entonces todos sus otros milagros y enseñanzas son ciertos y nuestra fe no es en vano. Puesto que fue su resurrección que hizo que su muerte tuviera valía para nuestra expiación, justificación y salvación, un evangelio sobre un salvador muerto sería una contradicción y un puro engaño.

El sermón del apóstol Pedro que da inicio a la Iglesia Cristiana en Hechos capítulo 2, aquel día de Pentecostés, trata sobre la resurrección. Sin la resurrección no sería posible establecer convincentemente la posición real y mesiánica de Jesús, sin ella el derramamiento del Espíritu Santo sería un misterio sin explicación, sin ella tendría que desaparecer la sustancia del testimonio apostólico. Sin la resurrección la iglesia no hubiera podido desarrollarse. Esa iglesia fue fundada con fe en Jesús como el mesías. Un mesías crucificado y muerto no podría acreditar esa titulación, hubiera sido rechazado por todos. Fue la resurrección de Jesús la que lo proclamó como Hijo de Dios con poder.

Tenemos evidencias de que unas pocas semanas después del evento de la resurrección, los seguidores de Jesucristo, que se habían desparramado presa de gran temor, se reunieron en Jerusalén en cantidad de 120 hombres y mujeres, sintiéndose unidos en una sociedad religiosa a través de una convicción común, una expectación común y una actitud común hacia Jesús. Ellos estaban completamente convencidos de que él estaba vivo, y que había sido visto por individuos y grupos de sus seguidores. Ellos estaban esperando con toda ansiedad que pronto volvería como el Mesías de su raza, el Hijo de Dios con poder, y adoptaron una actitud hacia él definida, como de fe religiosa. La fortaleza de la convicción de ellos fue aprobada por la persecución y aprobaron el examen. La calidad religiosa de la actitud de ellos hacia Jesús fue evidenciada por devoción, sacrificio propio y un sentido de obligación a él, que barrió la última barrera de egoísmo y que les proveyó de un mensaje revolucionario que ellos mismos se dedicaron a proclamar con entusiasmo y admirable éxito. Mensaje que generacionalmente, grupos de creyentes se han encargado de predicar y que veinte siglos después, un día nos alcanzó a usted y a mí.

Algunos de los pensadores más prominentes de todas las edades han confesado sin temor su fe en la resurrección: San Pablo, el personaje más prominente en la historia de la iglesia cristiana del primer siglo, fue por todo el imperio romano testificando sobre la verdad de la resurrección. San Agustín, el personaje más importante del siglo cuarto, nunca se cansó de hablar de la resurrección corporal de Cristo. El hombre que es reconocido como probablemente el más grande intelectual de los tiempos modernos, Sir Isaac Newton, creía en la resurrección de Cristo. Increase Mather, Presidente de Harvard; Timoty Dwight, Presidente de Yale; Nathan Lord, Presidente de Darmouth; Mark Hopkins, Presidente de la Universidad Williams; John Witherspoon, Presidente de Princeton, hombres que pusieron el fundamento para las grandes universidades de los Estados Unidos creían firmemente en la resurrección de Cristo.

Ahora bien, la prueba crucial: Si Cristo resucitó, entonces está vivo. Y si está vivo, fácilmente podemos experimentarlo en el laboratorio de nuestras propias vidas. Cristo en nosotros es el único punto de partida para la vida cristiana, por lo que le ruego: ¡Ríndase ahora a Jesucristo! Él demostró ser digno de nuestra confianza, si nunca le has invitado a tu corazón como Señor y Salvador hazlo ahora y si ya le reconoces en tu vida, pídele que te guíe y te dé poder para vivir en victoria y que se sienta a gusto morando en tu corazón. Deseo que la vida de resurrección de Jesús, se manifieste cada día en ti y en todo lo que haces. ¡Bendiciones!