(Olimpia Coronado De Moreu)
Por Pepe Palacio Coronado
Se fue sin despedirse, sin amagos, en paz, en silencio, sin agonía alguna, en un ambiente apacible, alejada del mundanal ruido, en las afueras de Riohacha.
Con la dignidad que le caracterizó durante todo su ciclo vital, alcanzó la cima de los 96 años.
Fue vencida, simplemente, por los estragos inexorables del tiempo.
La partida de nuestra tía, Olimpia Coronado de Moreu, nos arruga el alma en grado extremo. Ella no solo era la madre de sus hijos: era la madre de sus sobrinos. Así lo sentimos todos, quienes fuimos beneficiarios de su noble corazón.
¡Cuánta generosidad y cuánta ternura irradiaba ella sobre los suyos!
Era una de esas tías tan cercanas como cálidas, de un corazón noble y siempre generosas, que inspiran un amor tan aproximado al de una madre.
Queda, entre tantos recuerdos, su clase que demostró desde muy joven y ese estilo del buen vivir que en su hogar mantuvo siempre desde aquel entonces cuando Dibulla era un corregimiento marginado de La Guajira.
También queda en la memoria su acendrado amor por esta partícula de la Tierra, enclavada en la Sierra Nevada, a la orilla del río y el mar.
Y si detenemos la mirada en el pasado, la vemos en su residencia como anfitriona de dos presidentes en ejercicio: el general Gustavo Rojas Pinilla y Ernesto Samper.
Hoy, cuando deja de existir, el dolor se vuelve más profundo y con menos opciones de descargarlo, por el hecho de haber terminado su existencia en el furor de una pandemia.
Por esa razón particular e inédita, serán muchos los condenados a llorarla desde la distancia. Serán muchos los que tratarán de rescatar su imagen en la mente ante la imposibilidad de despedirla para siempre de manera presencial.
También esta circunstancia aciaga impedirá hacerle todos los honores que inspira y se merece la vida de una mujer que fue símbolo de las mejores tradiciones de La Guajira, consagrada al amor familiar, y que coadyuvó a obras que marcaron el desarrollo de su comarca.
Lo que uno siente hoy es un desgarramiento en el alma y la sensación de que un ángel se desprende de nuestra estirpe, pero con el consuelo que su ternura quedará para siempre en un sitial de honor de nuestros corazones.
Ella se fue con la satisfacción profunda de haber mimado a todos sus hijos, que le sobreviven: Sixta, Delka, Elizabeth, Álvaro, Elsy, Wilson, Olimpia y Alfredo Moreu Coronado.
En su cosmovisión, hoy vuela para reencontrarse con su amado esposo, Wilson Moreu Brito, a quien acompañó y estimuló en proyectos de emprendimiento que ejercieron influencia en el desarrollo de Dibulla en la segunda mitad del siglo XX, como fueron el transporte marítimo y el terrestre, el almacén y el cine.
Dibulla fue su cuna y su escenario vital. Allí se granjeó el afecto y admiración de todos sus coterráneos. Allí será su última morada.