Hoy se cumple el centenario del natalicio de un guajiro sobresaliente y ejemplar.

El 4 de octubre se cumplen los cien años del nacimiento de Nelson Amaya, así, simplemente así, como era conocido en todos los rincones de su querida Guajira y en el resto del país cuando su vocación política lo llevó a importantes posiciones públicas.

Hijo de Remedios, aguerrida madre Epínayu y nieto de Asunción, la emprendedora mujer que hizo de EL Pájaro, Yosüru, lo que fue, su casta poderosa le hervía en la sangre. Disfrutó la vida en su pasar del mar de El Pájaro al de Riohacha, del mundo abierto a las dos culturas con las que se formó hasta lo más profundo de su ser. El comercio, que se ejercía como la principal actividad en ambos lugares, nunca lo cautivó. Su mente fluía hacia otras actividades, sobre todo a ampliar el conocimiento.

Desde su andar en la formación educativa de los hermanos maristas, se destacó por su inteligencia y liderazgo, los cuales lo indujeron a que, una vez culminado el ciclo de enseñanza que impartían con sacrificios estos hermanos, se despidiera de sus familiares para hacer la aventura educativa que significaba en ese entonces, mediados de los años 30, recorrer medio país para llegar a Medellín y terminar con lujo de competencias su bachillerato, declarado el mejor bachiller de Antioquia. Algunos otros riohacheros lo siguieron en este empeño, entre otros Julio Calixto Romero, flaco en esa época, y Gonzalo Romero quien, igual que él, cursó medicina.

Al terminar bachillerato, presentó solicitud para ingresar a Medicina en la Universidad Nacional en Bogotá y en la Universidad de Antioquia. Pasó en ambas y decidió irse para Bogotá, buscando ampliar más sus horizontes.

Su regreso a Riohacha ya titulado fue un acontecimiento, por cuanto no ejercía esa profesión sino otro médico, Ramón Gómez Bonivento, apreciado por todos por su buen carácter, don de gentes y buen gusto musical. Había egresado también de la Nacional y la angustia del pueblo de contar con un solo galeno fue aliviada por la llegada de Nelson, con nuevas habilidades y técnicas.

Su carrera fue una fabulosa oportunidad para demostrar su espíritu generoso y su gestionar sin ambiciones económicas. Ejercía su profesión con rigor e hizo de la cirugía, una de las tareas poco desarrolladas por las condiciones precarias del hospital, un reto para la atención de pacientes críticos – sobre todo los heridos de bala, ¡cosa rara en Riohacha! -, que no alcanzaban a ser remitidos a ninguna parte, dado que la ciudad estaba aislada por tierra de Santa Marta, el centro urbano más cercano.

Como director de salud pública de la en esa entonces Intendencia de La Guajira, adelantó una exitosa campaña de erradicación del carate, enfermedad que despigmentaba la piel. El Ministerio lo premió, concediéndole una beca para estudiar una maestría en Salud Pública en la UNAM, Ciudad de México.

Su paso por este centro prestigioso de formación le abrió los ojos. Entendió que podía servirle a su comunidad más allá de la útil medicina y decidió incursionar en política. Sin haber aspirado a cargo de elección con anterioridad, fue elegido Senador de la república, por el recién creado departamento de La Guajira, en 1966. Luego, casi acto seguido, el presidente Carlos Lleras Restrepo lo designó Gobernador, el tercero del nuevo ente territorial, desde donde logró la dotación de unas plantas para generar la energía eléctrica en nuestra capital, tan dejada de la mano de los gobiernos nacionales.

Amén de ejercer un destacado liderazgo político departamental, fue artífice importante del triunfo de Misael Pastrana como presidente, quien, por insistencia tesonera del doctor Amaya, dotó a Riohacha del primer acueducto del que disfrutamos desde ese entonces.

Más tarde, tuvo el privilegio de vincularse al servicio diplomático como embajador ante la república de El Líbano, desde donde contribuyó a consolidar las tradicionales relaciones de las gentes guajiras con los naturales de ese hermoso pero convulsionado lugar del medio oriente.

De su paso por el congreso nos quedó un determinante cambio en el sistema electoral colombiano, pues es de su autoría la ley que determinó el uso de la tarjeta electoral -tarjetón – para modo de evitar la compraventa de votos, uno de los peores procesos que desvirtúan la voluntad popular y comercializan la política de una manera vergonzante.

Sus inquietudes intelectuales y habilidades para escribir lo condujeron a concebir y publicar dos novelas, Turbión y Amanecer y Ocaso, próximas a ser reeditadas, donde recoge vivencias de su tierra y de sus andanzas y correrías por todos los linderos guajiros.

Luego de esta notable trayectoria solo nos resta destacar, como parte de su carácter, una de sus cuantas virtudes: la del buen conversador, la del hombre feliz de sentarse en su mecedora a recibir las visitas de sus amigos y a departir con ellos en busca de las más agradables memorias y anécdotas del acontecer regional y nacional. El amor por su gente, por su familia, por su tierra fueron sus grandes guías emocionales. Gozaba de un paladar fino, ambicioso del chivo en todas sus preparaciones, y se deleitaba probándolo en los lugares lejanos que visitó, solo por el placer de compararlo con el nuestro que, a su gusto, era el mejor del mundo.

Incorruptible, como la sal de nuestro departamento, dejó una huella y un estilo de hacer la política, que ojalá pudiera ser ejemplo de las nuevas generaciones.

Que su memoria y su paso por nuestra península no sea olvidado sino por el contrario, rememorado.