Por Francisco Cuello Duarte

El país se encuentra en una peligrosa incertidumbre que nos afecta a todos, especialmente a los más pobres, y los sectores vulnerables, ya que el rico sabe esquivar los vaivenes de la economía y las trampas del poder que puedan afectar sus intereses. Estos tienen todas las herramientas para detectar cualquier huracán y escapar de las garras de un enemigo feroz que pretenda abusivamente meterle el diente a su presa.

La paz total está que se cae en la Corte Constitucional. Esta idea ha disparado los índices de inseguridad jamás vistos en Colombia, donde el delincuente se cree dueño del paraíso terrenal, mientras que el ciudadano de a pie, vive enrejado, asustado y amenazado y el comercio extorsionado.

Los proyectos de reforma a la salud y el laboral naufragan en el legislativo por falta de consenso político ante la falta de diálogo y la intransigencia de los voceros del gobierno que quieren imponer sus caprichos sobre los intereses de la sociedad, bajo el argumento del cambio, como eslogan de campaña.

Todo lo anterior, sumado a los inesperados cambios de su gabinete ministerial que genera una inestabilidad en su estructura organizacional, más la explosión interna de los brotes de corrupción tiernamente denunciados por el señor Benedetti, embajador en Venezuela.

Parece que el señor presidente Petro se preparó durante 40 años para alcanzar el poder, pero no para gobernar. Sin embargo, surge la siguiente inquietud: ¿Tiene asesores? ¿Recibe consejos serios y prudentes? ¿No oye a los asesores? ¿No hay quién le diga la verdad, para que el gobernante tome la mejor decisión? ¿O les da miedo en decirle la verdad?

No basta con ganar el poder, sino saber manejarlo con inteligencia, pues como dice el clásico libro de Calila y Dimna, escrito en sánscrito, 600 años antes de Cristo: “El poder no se recupera cuando escapa de las manos. El soberano, está pues, obligado a manejar sus asuntos con desvelada atención, con decisión e inteligencia, condiciones éstas sin las cuales difícilmente puede disfrutar del sosiego y corresponder a la confianza que en él se ha depositado. Y si así no procede, vivirá sumido en esa incesante intranquilidad en que vive el mono, a quien inquieta siempre la menor sombra que se mueve ante sus ojos, o el ruido más leve que golpea a sus oídos. Tan serio es el poder como inestable”.