El muchacho que ese día marcó el gol de la fecha se convertiría en una leyenda en todas las canchas en donde jugó.

Por Alejandro Rutto Martinez

Avanzaba el segundo tiempo de un intenso partido entre el Liceo Nacional Padilla y el equipo de Manaure. Los visitantes defendían como leones la ventaja que habían obtenido en el primer tiempo, un gol en jugada de contragolpe y gracias a este tanto estaban a punto de lograr una importante victoria en el torneo que reunía a varios equipos del departamento.

Sobre el minuto 80 el árbitro concede un tiro de esquina a favor del Liceo y cuando el cobrador habitual va a ejecutarlo llega una orden desde el banco técnico.

-Vete a cabecear, tú eres alto y puedes conseguir el gol de cabeza.

El muchacho obedece y se ubica en territorio de gol, entre el punto penal y las cinco con cincuenta. El jugador que va al cobro mide 1.65, camina de forma defectuosa y parece que no le importara el paso del tiempo: se dirige con lentitud hacia el balón, lo toma en sus manos e inicia una ceremonia de acomodación en la que invierte segundos preciosos. Desde el banco lo apuran para que no demore más y busque la cabeza de su espigado compañero.

El ejecutante da unos pasos hacia atrás…uno, dos, tres, cuatro pasos. Después inicia una suave carrera y golpea el balón que se eleva por los aires de Riohacha, pasa muy alto por la zona de cabeceadores, supera a defensas y delanteros y de repente comienza a describir una curva hacia el segundo palo, comienza su descenso y ante el gesto de incredulidad del portero se introduce en el marco, muy cerca del ángulo de noventa grados en donde se unen el vertical y el travesaño.

La multitud grita histérica ¡Goooooooooooooooo, Goooooooooooo, gol olííííííííííííííííímpico!!

Todos corren hacia donde el autor del gol a felicitarlo por ese majestuoso gol lleno de magia y de sorpresa.

El Liceo Padilla recibe una inyección anímica muy grande y hace otros dos goles, para ganar 3-1, pero ese día el resultado es lo de menos, lo único que recordarán por siempre los asistentes al estadio Calancala es el gol olímpico de ese muchacho de caminar extraño, la forma en que le pegó al balón y el ritual previo al cobro.

El muchacho que ese día marcó el gol de la fecha responde al nombre de Víctor Curvelo y se convertiría en una leyenda en todas las canchas en donde jugó. Quienes lo vieron jugar no dudan en calificarlo como un fuera de serie. Por su gambeta impredecible, su caminar desgarbado y su letal tiro de media distancia algunos comenzaron a llamarle el “Garrincha” guajiro, para hacer una comparación con el notable delantero de la selección brasilera.

Sin embargo, el apodo con el que se hizo conocido dentro y fuera de las canchas fue “Chicho” Curvelo.

Víctor Manuel Curvelo Fuentes nació en el Barrio Arriba de Riohacha el 29 de octubre de 1943. Desde temprana edad jugó al fútbol en una desaparecida cancha de su barrio ubicada en donde hoy en día queda el Parque Federman (algunos le dicen parque de los Cañones).

Uno de sus primeros logros fue ganarse un cupo en el glorioso equipo del Liceo Nacional Padilla, en donde lo alineaban como volante o delantero, aunque, de acuerdo con la necesidad podía actuar también como defensa.

– “El único puesto en el que no jugué fue de portero”, recuerda hoy, varios años después de su retiro.

Su paso por el Liceo sirvió para que Marcos Pedraza y Juancho Palacio, entrenadores de la Selección Guajira, lo llamaran a hacer parte del equipo que representaría al departamento en diversos torneos nacionales en ciudades como Santa Marta y Medellín. Sus buenas condiciones le permitieron jugar al lado de Olinto Fonseca, El Negro Gutiérrez, Carlos Caicedo, Urbano Bermúdez y Armando Bautista.

Por los giros de la vida “Chicho” Curvelo fue a dar a la Divina Pastora, archirrival del Liceo y en este equipo siguió cosechando éxitos. Se hace un jugador célebre en la cancha sagrada de “El Salaíto”

Ganaron el torneo de La Guajira y fueron a Barranquilla a representar a La Guajira en un torneo de campeones en el que su equipo quedó de segundo. Allí mostró sus dotes futbolísticas de manera que “Chú” Henríquez, un enamorado del fútbol, lo recomendó con el jugador brasilero Waldir Cardoso Lobrego, a quien apodaban “Quarentinha”.

Era el año 1966 y el brasilero, máximo anotador del Botafogo de su país con 308 goles y autor de 14 tantos en la Selección Brasil, jugaba por ese entonces en el Unión Magdalena y su recomendación fue suficiente para que contrataran al delantero guajiro.

Entre los dos nació una gran amistad que iba más allá de las canchas. En los ratos libres se reunían en el bar del hotel Poseiweika a charlar y tomarse unas cervezas.

Víctor estuvo durante catorce meses en el Unión Magdalena, pero no contó con suerte, pues el equipo se preparaba para su gran gesta de 1968 en la que ganaron su único título y tenía notables figuras que no dejaban lugar para los jóvenes jugadores de entonces.

De regreso a Riohacha juega en un equipo llamado Medias de Plata. Un día cuando enfrentaron al Bavaria hizo una jugada memorable que inició en propio campo, por el sector derecho: eludió a uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis rivales y por último al portero para anotar uno de los mejores goles que se hayan visto nunca en Riohacha.

Por un instante aparta la modestia y afirma:

– “Lo que hizo Maradona en el estadio Azteca durante el Mundial de México 86 lo había hecho yo en el Salaíto en un campeonato municipal”

En 1969, cuando ya había olvidado sus pretensiones de ir al fútbol profesional se radica en Maicao por razones familiares y laborales.

Ya en la frontera se conoce con el dirigente deportivo José Fuenmayor quien lo convence para que haga parte de su equipo y lo reforzara con miras a su participación en los campeonatos municipales y los constantes intercambios que se efectuaban con equipos de Riohacha, Uribia y Venezuela.

En ese entonces los campeonatos municipales de Maicao eran altamente competitivos. Jugaban equipos como El Carmen, Paraíso; Santander, Farmacia Central y Colegio San José. Otro de los rivales era Proaguas de Uribia, equipo con el que tenían frecuentes intercambios.

El Deportivo Maicao de entonces era un gran equipo, ganador de los torneos municipales desde 1970 hasta 1977.

En su alineación tenía jugadores de la talla de Jairo Socarrás, “Sobrebarriga” López, Espejero, Burro Negro, Tito Bolaño, Anaún Fregoso, burro blanco y “Sixto Molina, un portero de grandes condiciones que hizo historia en el Unión Magdalena.

En Maicao se destacó por su gambeta y por su jerarquía para cobrar los tiros libres. Cada vez que se paraba detrás de la pelota los porteros contrarios temblaban ante la inminencia de la vulneración a su valle. Los defensas le temían, enfrentarlo era cosa de locos.

Tenía una forma de correr rara, como bamboleándose, pareciera que cojeaba un poco y eso le ayudaba a despistar a los contrarios porque no sabían por qué lugar se les iba a escabullir, y una vez que los eludía no lo volvían a ver más hasta que empezaba a celebrar el gol.

Para sentirse cómodo en la cancha prefería los tenis y no los guayos. Cuando, por obligación, debía usar guayos utilizaba un cuchillo para quitarle los taches porque, según su apreciación, éstos le impedían correr a la velocidad acostumbrada.

Además, era un cobrador de penales infalible. En toda su carrera no erró un cobro de pena máxima ni hubo porteros que se los detuviera.

¿Cuál era su secreto para cobrar las faltas desde los 11 metros?

– “El secreto estaba en patear muy duro y arriba. Yo me la jugaba con el tiro violento, a pesar de que era muy técnico. Cuando uno cobra con técnica corre el riesgo de que el arquero adivine el lado y le gane el duelo al ejecutante”.

Cuando trabajaba como tripulante de los barcos que traían mercancías desde Aruba se quedaba algunos días allá, los mismos que aprovechaba para jugar fútbol en un equipo llamado Millonarios, uno de los mejores de la Isla, en el que fue goleador y campeón.

En la etapa final de su actividad deportiva jugó bola de trapo en el Equipo de la 15, junto con los hermanos Loaiza, Eliseo Curvelo, Rolando Palacio, Eutimio Pontón y William Ramírez Solano.

Enot Camargo, es un historiador del fútbol de Maicao y amigo personal de “Chicho” Curvelo. a quien le debemos nuestro encuentro con el Garrincha Guajiro.

Sobre la calidad de “Chicho” afirma:

– “Sin lugar a dudas Víctor Curvelo es el mejor jugador de fútbol que ha tenido La Guajira en todos los tiempos y en esa comparación incluyo a los que jugaron fútbol profesional”

Le recuerdo a Enot la calidad de Arnoldo Iguarán, Sixto Molina, Álvaro Montero y Luis Díaz. Pero él se mantiene firme en su postura.

Yo, simplemente cierro la agenda en la que he tomado mis notas y me devuelvo en los recuerdos para recordar el día en que “Chicho” Curvelo daba cuatro pasos hacia atrás para tomar impulso y anotar el gol olímpico más gritado de todos los tiempos en el estadio Calancala.