Por Juan Amaya Correa

En la última violencia política entre liberales y conservadores de 1947 a 1958, circuló la siguiente leyenda, los chulavitas, que eran unos conservadores fanáticos de Boyacá, de La Uvita principalmente, fueron reclutados por la policía nacional en esos pueblos, así pues cuando ya se iban a su “cruzada” partidista, se dirigían donde los curas párrocos de esas localidades, a pedirles la bendición, diciéndoles: “Padre deme la bendición que voy a matar liberales”. Dicen que los curas les impartían la bendición.

En una ocasión llegó un Chulavita a Riohacha, venía con sed de sangre, pero allí no pudo asesinar a nadie y manifestó que entonces viajaría para Venezuela a liquidar a Plinio Mendoza (líder liberal, asilado en ese país). Llegó a un pueblo de la alta Guajira y entró a un bar, se emborrachó y asesinó injustamente a un joven que estaba tomándose un refresco. La población se enteró, al poco tiempo cuando el policía salió a la puerta, lo estaba esperando todo el pueblo armado y lo fusilaron.

Una vez viajé a Fundación a comprar un ganado, para llevarlo a una finca cerca de Dibulla, para poder transportarlo me tocó obtener como diez documentos y permisos. Al poco tiempo, adelante de Aracataca nos detuvimos en un altanería que el ganado quedaba detenido porque era de contrabando, por más que le mostré los papeles, ni siquiera los miró. Le manifesté que no le iba a dar un centavo, que mi ganado era legal. Luego me senté con los conductores a esperar, después de dos paquetes de cigarrillos y diez tintos, ya había pasado como una hora, el guarda de mala gana dijo, “bueno, váyanse de aquí, miserables que no dieron ni para el café”, rápidamente nos fuimos. Dicen que estos guardas se hicieron multimillonarios.

En los años setenta del siglo pasado, un pastuso fue nombrado guarda en Cuestecitas, llegó a Riohacha, se posesionó y luego se dirigió hacia el retén. Apenas llegó, empezó a recibir dinero en grandes cantidades, del contrabando de ganado, del contrabando de cigarrillos, de whisky, de los narcos, de los contrabandistas de ropa y electrodomésticos, etc. El pastuso estaba feliz, nunca había recibido tanto dinero en su vida, día a día recibía más y más plata. Ya llevaba tres meses allí. Un compañero suyo que acababa de llegar de Riohacha le dijo: “oiga pastuso, en la oficina de Riohacha lo están esperando para pagarle sus sueldos de tres meses”, dicen que el pastuso al escuchar estas palabras, exclamó: “¡Cómo! ¡También pagan sueldo!!” y a continuación cayó desmayado. (De la emoción, luego se levantó, siguió “trabajando” y obteniendo mucho más dinero).

En un pueblito cercano a Riohacha, como a sesenta kilómetros por la carretera que se dirige a Santa Marta, por los años 80 del siglo pasado, vivía un joven, que se había convertido en asesino, ya había exterminado a seis personas. Las autoridades de policía llevaban tiempo buscándolo, hasta que cierto día lo encontraron cerca de su pueblito, le ordenaron que se entregara pero él respondió con tiros, en medio de la balacera que se formó el hombre cayó muerto por los disparos de la policía, luego que hicieron el levantamiento del cadáver y demás legalidades, le entregaron el cuerpo a su mamá, para el velorio y la sepultura. Por la noche en el velorio, su madre gritaba desconsolada: “pobre mi hijo, porqué lo mataron, si él era tan bueno, él no se metía con nadie, él no le hacía daño a nadie, lo único que hacía era matar cachacos, ay mijo, él solo mataba cachacos”.

Un amigo arquitecto estando en Bogotá fue a un remate de viviendas, anunciado en la prensa, ajeno a todo empezó a ofertar. Un señor se le acercó y le dijo que necesitaba hablar con él, mi amigo aceptó, salieron afuera del salón donde se llevaba a cabo el evento, el extraño le manifestó que no ofertara más, que ya todo estaba arreglado, que no se metiera en problemas, que ese remate ya estaba arreglado, que era para el grupo de una ciudad X. Mi amigo por supuesto se atemorizó, dándose cuenta que estaba en medio de una mafia. El hombre le regaló dinero para el taxi y le dijo que se fuera. Mi amigo salió a toda prisa.

A mediados de la guerra de los mil días, la cual ocurrió entre 1899 y 1902, los jefes de los ejércitos liberales fueron a Venezuela a proponer una alianza al gobierno de esa nación, para derrocar al régimen conservador de Colombia. La historia no registra si hubo algún compromiso de los liberales hacia ellos, pero es muy probable que sí.

Acordada la alianza, los venezolanos invadieron al país por La Guajira, pero fueron derrotados por el ejército del gobierno colombiano en la batalla de Carazúa. Durante el resto de la guerra no volvieron a invadir al país.