“191 años del vil fusilamiento de nuestro héroe y mártir”

Por Jairo Escobar Arregocés

Inicialmente podemos definir lo que significa la palabra “intriga”. Una intriga es una acción particular o colectiva que se ejecuta con una aguda inteligencia, astucia malévola, ​ y ocultamente, para conseguir un determinado fin. También se define como la inspiración viva de curiosidad.  Una persona con algún grado de educación puede usar esta herramienta o estrategia de intrigar para conseguir una cosa o para perjudicar a otra persona.

En política como en otras organizaciones y disciplinas del saber humano, los acuerdos entre diferentes grupos de personas o familiares, por dinero o por algún bien inmueble, son frecuentes las intrigas para derrotar al contendor (res) y quedarse con el botín o galardón. En nuestro medio social colombiano, caribeño, riohachero y guajiro, existen especialistas en intrigas que sobre pasan cualquier límite con su actuación como intrigantes. Se les denomina “artistas” o “maestros de la intriga”. En los tiempos de José Padilla también existieron los intrigantes, envidiosos y cizañeros que lo llevaron finalmente hasta la muerte.

Con el docente e historiador de la institución educativa Almirante Padilla, el Licenciado Isidro Ojeda Sierra, logramos analizar, priorizar y concertar un conjunto de acciones intrigantes perjudiciales contra la vida y obra del Almirante José Prudencio Padilla que le ocasionaron el ocaso de su magna obra por la libertad, las cuales relacionamos a continuación.

Las intrigas contra nuestro Almirante José Prudencio Padilla se incrementaron vulgarmente en Maracaibo con la guerra urbana como consecuencia de la destrucción de la ciudad y de ello se valieron sus enemigos para indisponerlo con Simón Bolívar.

Otra circunstancia adversa al general José Padilla fue la defensa que él hizo del general Páez, en el Senado, en la sesión del 27 de marzo de 1826, y por eso los amigos del general Santander lo trataron de traidor a Santander y los amigos de Bolívar lo trataron de desleal al Libertador, pero Padilla lo que quería era salvar la República del desastre que se avecinaba y allí comenzó a enredarse la manila y su actuar como político.

Las intrigas contra Padilla salían de muchas partes; sus adversarios le temían porque era un hombre muy valiente y sumamente inteligente. Uno de sus más encarnizados enemigos fue Mariano Montilla, quien lo acusó de estar conspirando con el general Santander contra el Libertador y, por ello, este expidió un decreto, el 7 de diciembre de 1826, ordenando el desmantelamiento de los buques de la Armada Nacional, pero la intención era privar al Almirante de lo que más él quería: sus barcos y su fuerza naval.

El general Mariano Montilla, caraqueño, fue un militar de segunda orden, político ambicioso demasiado intrigante y enemigo inicial del Libertador, a quien desafió a duelo el 8 de marzo de 1816. Con posterioridad se unió a la escuadra del Almirante Brion (4 de junio de 1820), con quien pronto se enemistó, habiéndose embarcado para asistir al congreso de Angostura el 15 de febrero de 1821. Militó en el bando de los dictadores al desintegrarse la Gran Colombia, y en marzo de 1828 urdió en Cartagena una coartada de orden público en la cual hizo caer al infortunado Almirante Padilla, a quien aprendió por orden de Bolívar para ser fusilado en la ciudad de Bogotá.

La tarde del 22 de octubre de 1827 Padilla fue informado por un amigo en el barrio Getsemaní de que Montilla lo acusaba públicamente de estar incitando a los soldados y a las personas del pueblo de Cartagena para hacer una revolución contra el Libertador Simón Bolívar. Padilla se dio cuenta de que era otra de las intrigas del venezolano, y fue hasta su casa con pistola en mano, quien al escuchar la voz de Padilla también sacó la suya enseguida; por fortuna, gracias a la intervención de los amigos, no hubo desgracia, pero Montilla le escribió a Bolívar a Bogotá, diciéndole que Padilla era un agitador.

Por esos días Bolívar se encontraba en campaña política escribiéndole a sus amigos para que escogieran los diputados a la Convención de Ocaña, y recomendando que fueran amigos de su Gobierno. Aunque el general Padilla era Senador de la República desde 1826, tenía derecho de ser escogido como diputado; Montilla no lo hizo y por ello varios oficiales, amigos de Padilla, fueron hasta su casa y lo invitaron a tomarse el poder de la provincia. El 1° de marzo de 1828 el General Padilla fue invitado por el pueblo del barrio Getsemaní de Cartagena para encabezar una manifestación que terminó con el derrocamiento del gobierno de la provincia de Cartagena, que lo asumió el general Padilla, quien, poco después, renunció y se dirigió a Ocaña, donde se reunía la Convención, a conversar con Bolívar y exponerle la situación de Cartagena.

El 7 de marzo, el general Montilla entró a Cartagena con más de 500 soldados buscando a Padilla para quitarle la vida; pero Padilla, que amaba a su pueblo no quiso exponer a una matanza segura y prefirió viajar a Ocaña, adonde llegó porque la Convención había comenzado sus sesiones, pero no encontró al Libertador Simón Bolívar, quien se hallaba en el pueblo de Sátiva. El 26 de marzo, una carta de Montilla le decía que Padilla se había levantado en armas, se había apoderado del Gobierno, pero que lo había abandonado porque el pueblo no lo siguió. Eran puras mentiras del general venezolano para calumniar al riohachero.

Como el héroe de Maracaibo no pudo encontrarse con Bolívar, regresó hasta Mompox y allí organizó un pequeño ejército para hacer la revolución contra la dictadura del general Simón Bolívar, pero desgraciadamente se le acabaron los pertrechos y tuvo que abandonar la lucha y partir a Cartagena. Padilla estaba acorralado porque desde Bucaramanga había partido tropa al mando del coronel Milton Wilson para capturarlo; desde Ocaña lo hacía el general Daniel Florencio O’Leary y desde Cartagena marchaba el coronel Federico Adlercreutz; afortunadamente, el guajiro conocía la región como a sus manos y pudo evadir a sus enemigos y llegar a Cartagena, la tarde del 2 de abril de 1828, como quien dice, se metió en la boca del lobo, donde se encontraba Montilla ya fortalecido.

A José Padilla alguien lo delató porque cuando avanzaba la madrugada del 3 de abril; un pelotón de soldados apresado por el coronel Montes, llegó hasta su casa, situada en el barrio Getsemaní, y lo sacaron a empujones sin respetar al más grande héroe nacido en la costa Caribe; lo condujeron a una oscura y fría cárcel de las murallas, donde Mariano Montilla ordenó que lo encerraran allí, desnudo y torturado.  Así era el odio que Montilla le profesaba a Padilla y era hora de su temible venganza. Como un delincuente de la peor laya fue remitido a Bogotá, como cabeza de trofeo, por Montilla, quien antes se había dedicado a la recepción de los testimonios en contra de Padilla, a fin de consolidar la traición que se le atribuía y conseguir de tal manera, llevarlo al patíbulo, valiéndose para eso del Decreto sobre conspiradores, el que fue publicado en Venezuela, el 21 de febrero de 1828, y el 13 de marzo de 1828 del mismo año en Colombia y la rebelión de Padilla los días 5 y 7 de marzo de 1828, por lo cual la aplicación de dicho decreto fue retrospectiva, es decir, se le dio vigencia en Colombia antes de conocerse, cuando anteriormente, el mismo Bolívar, como Miranda, personaron y amnistiaron a muchos militares que se sublevaron en periodo de guerra.

Luego se dio la Conspiración Septembrina el 25 de septiembre de 1828. Instruido Padilla de cargos, por el supuesto delito de traición, el decreto sobre conspiradores aún no había entrado en vigencia en territorio granadino y detenido en Bogotá, ya condenado a muerte de antemano por decisión del gobierno representado por Bolívar, éste decía a Montilla, que había que imponer un castigo ejemplar para que sirviera de escarmiento, sin reparar en los medios. (Luis Serrano Arteaga: “El fusilamiento de Padilla. Fruto de las Siniestras Conspiraciones de Montilla”. Revista Academia de Historia del Magdalena).

El 2 de octubre en la plaza mayor de Bogotá, a las 11:00 a.m., fue fusilado el General de Divisiones José Padilla, produciéndose su inicua ejecución, cuyo proceso se inició y se perfeccionó en una semana, tiempo sin igual en la historia judicial del mundo, a pesar de existir en la actualidad métodos y sistemas modernos para la eficacia de toda investigación penal. El Nelson colombiano, el héroe de Trafalgar, el libertador de nuestros ríos y nuestros mares, el vencedor de Maracaibo, el hombre que rescató a Riohacha, Ciénaga, Cartagena y Santa Marta de las manos españolas, fue fusilado y después ahorcado a la vista del público (Juan Gozaín: Historia de una monstruosa infamia: José Padilla: el libertador del agua). Fue una monstruosidad, un esperpento jurídico un perfecto crimen de estado, se violó el derecho de defensa, hubo coacción de testigos y lo más grave aún, tendencia a causar daños a sabiendas, comisión del delito de prevaricato, es decir, un proceder que antes de enaltecer al nombre del Libertador le obscurece su lucha por la libertad, cuando a los cuarenta días de la ejecución le dice a Montilla: “yo estoy arrepentido de la muerte de Piar y Padilla, así como también de Urdaneta”, ya en el ocaso de su mandato… “El no habernos puesto de acuerdo con Santander, nos ha perjudicado a todos”. Ya se había serenado su espíritu, pero ya era tarde, el mal estaba causado y ya era imposible remediarlo.

El doctor Benjamín Ezpeleta Ariza en su obra Patrimonio Cultural Turístico de La Guajira, señala: “Al ser fusilado en una barbarie patibular, Padilla fue ahorcado, dizque por traición. Tras bambolearse el cadáver siete horas, a las seis de la tarde dos sacerdotes hermanos de la Veracruz se atrevieron a sepultarlo en el templo susodicho, hasta cuando sus restos se exhumaron y se enviaron a Riohacha”.

A la entrada de la catedral Nuestra Señora de los Remedios, en su nave derecha, se encuentra el Panteón del prócer riohachero José Prudencio Padilla. Sus restos, depositados en este sepulcro monumental el 24 de julio de 1923, fueron trasladados desde Bogotá ese día, al cumplirse el centenario de la Batalla del Lago de Maracaibo.

Este sarcófago es Monumento Nacional por Ley 30 de 1928.