Algunos miembros de nuestra sociedad, a no dudarlo, a los  que corroe el virus de la envidia deben estar de plácemes con las diatribas lanzadas en el programa Sigue la W.

Por Roberto Gutíerrez Castañeda

Hace varios días el programa Radial Sigue La W que se transmite en la emisora la W Radio del Grupo Prisa, filial de Caracol Radio, se ha dado a la tarea de investigar y denunciar las posibles anomalías contraídas en la adquisición de carrotanques para surtir de agua a los habitantes de La Guajira.

Pesquisas que concuerdan con el pensamiento del ciudadano común que durante los últimos cincuenta años contempla estupefacto como los mandatarios y dirigentes locales en contubernio con los poderes centrales han esquilmado las regalías, desviados los dineros públicos y hacen ostentación de sus recientes opulencias económicas sin sonrojarse orgullosos porque su avilantez le permitió subir de categoría en la clasificación del estrato social.

Una camarilla voraz, insaciable y manguiancha  que otea como Argos, el semidios de los cien ojos, las guacas donde se depositan o deben depositar los recursos estatales en metálico o en especies para entrar a saco como en la Cueva de Rolando.

El director del programa Sigue La W cae en las imprecisiones propias de los habitantes del altiplano cuando sin conocimiento de la tipología física y cultural de la región confunde el gentilicio guajiro con delincuentes y clan con concierto para delinquir. Esa confusión mental en la que persiste el director del programa Juan Pablo Calvás  y su camarilla al negarse a confrontar sus informaciones con la realidad fáctica le ha  permitido caer en calificaciones maliciosas y a veces injuriosas y rayanas con el código penal al calificar a Luis Eduardo Gómez Pimienta, más conocido como Lucho Gómez, como articulador de los diferentes clanes que en la actualidad despilfarran, ferian y se roban los recursos económicos que se destinan desde el poder central para mitigar las ancestrales y angustiantes necesidades de la población guajira.

De Lucho se puede decir que es mal político porque lo es; que fue guerrillero  porque eso no se puede negar; que es romántico empedernido porque lo es; que tiene sensibilidad social  eso es innegable; melómano y salsómano a no dudarlo; diletante filosófico, innegable;  pero graduarlo de jefe de un clan en los términos en los que lo define el diccionario como “grupo social cerrado, constituido por personas de interés o ideas comunes dedicadas a ejercer la delincuencia” no solo es una inmensa calumnia sino una afrenta para una sociedad que si algo tiene que reprocharle a Lucho es el execrable delito  de POBREZA ILÍCITA.

Algunos miembros de nuestra sociedad, a no dudarlo, a los  que corroe el virus de la envidia deben estar de plácemes con las diatribas lanzadas porque se les activan las papilas gustativas y se excitan los jugos gástricos de su animosidad cuando los capitalinos atacan a un paisano que ha tenido la osadía de erguir su cabeza por encima del límite de la mediocridad.