Por José Soto Berardinelli

En La Guajira solo se necesitan dos requisitos para aspirar a cargos de elección popular: tener amistad con alguna jerarquía política y poseer muchísimo dinero. La idoneidad parece no importar. Los otros requisitos legales se tienen en cuenta como trámite para cumplir la norma, son menos relevantes. La ley determina que una campaña electoral para elegir a un Representante a la Cámara, por ejemplo, tiene un tope de gastos hasta de dos mil quinientos millones de pesos; sin embargo, en nuestro Departamento el cálculo más conservador proyecta costos superiores a veinte mil millones. Ese aumento del 900% indica una tremenda conclusión: aquí solo pueden aspirar quienes tengan dinero de sobra. La financiación de una campaña puede provenir del peculio de cada candidato o del erario sagrado. Quien invierte pretende recuperar su inversión con alta rentabilidad; si proviene de entidades estatales, se obtiene en procesos contractuales amañados. Es la génesis del desorden. Ambos casos confluyen en una gigantesca corrupción.

Este lamentable escenario evidencia la falacia de nuestro sistema político, refleja el falso axioma constitucional que otorga a todos el derecho a elegir y ser elegidos. La lista de los que tienen amistades con poder y dinero suficiente para elegirse, se reduce a pocos “privilegiados”. Lo más doloroso de esta insoslayable verdad es que cuando se usan esos recursos para ganar elecciones además de curules o dignidades del Estado, se compra también –por sustracción de materia– nuestro rezago institucional y un miserable atraso. Es una obviedad: invertimos en corrupción el dinero de la salud, la educación, de nuestro desarrollo.

Cambiar costumbres enquistadas en nuestra cultura social no es fácil. A veces hemos deseado tirar la toalla decepcionados ante la desidia general, pero el sentido de responsabilidad social nos conmina a intentar un cambio, cuyo proceso es largo, difícil y doloroso, proceso que definitivamente es necesario emprender.

Analicemos, por ejemplo, la próxima elección para elegir a los dos Representantes a la Cámara de La Guajira. Ellos son los encargados de traer recursos del presupuesto nacional para el desarrollo de nuestro territorio; son, además, los ojos del departamento en el Gobierno nacional. Una tarea compleja que no se puede delegar a quien no esté preparado para ejercerla.

El principio de Peter nos enseña que cada quien es competente hasta su nivel de incompetencia. La Guajira tiene un valioso recurso humano de donde podrían surgir prospectos inigualables para representarnos bien. Desafortunadamente no aplican por falta de dinero y de amistades disolutas. Quienes sí aplican a tales requisitos son perfiles sin formación adecuada para acometer tamaña gestión, personas cuyos egos padecen de inflación desbordada, que aspiran por la vanidad de figurar para satisfacer ambiciones subalternas.

En el próximo debate para la Cámara de Representantes se perfilan tres listas sólidas. Cada una de ellas llevará dos candidatos con opciones parejas. Según la creencia popular quienes inviertan más dinero contabilizarán más votos. Nadie se detiene a analizar propuestas de gestión, a mirar perfiles, experiencia, formación, tradición ética. Pareciera no importar. Elegimos mal y quedamos condenados a perder otros cuatro años en los que acrecentaremos nuestro secular atraso.

La auténtica dirigencia politica, gremial, cultural y social de La Guajira se ha desdibujado victimizada por un canibalismo irracional que destruye sin construir; que descalifica intelectualmente a quienes ejercen liderazgos saludables. Se hace tan fácil ganar con las argucias del dinero o con la trampa, que hasta hemos perdido el sentido de las proporciones. Se invirtió la escala de valores para seleccionar y elegir a nuestros líderes. Es hora de empezar a rectificar.
Es momento de apelar a la sabiduría de auténticos dirigentes para que inicien en toda La Guajira una gesta liberadora del yugo opresor del arribismo, del oportunismo y de la corrupción. Debemos hacer algo por esta tierra generosa que nos vio nacer. Es hora de sacar a relucir la casta de los prohombres guajiros para que apartándose de cualquier ambición personal marquen el derrotero del futuro. Tenemos una reserva moral incuestionable. Hay muchos dirigentes en receso con la capacidad de liderar la reconstrucción de La Guajira.

Corriendo el riesgo de no mencionar nombres que la memoria olvida, hago un llamado a dirigentes políticos de la talla de Amilkar Acosta, Antenor Duran o Jorge Ballesteros; a intelectuales como Wilder Guerra; a periodistas como Pepe Palacio o Ismael Fernández; a educadores como Blanca Fuentes de Aragón o Alejandro Rutto; a empresarios como Jairo Suarez, Decar Solano, o Alvaro Cuello; a escritores como Estercilia Simanca o Hernan Baquero; a pintores del talante de Amilkar Ariza o Guillermo Ojeda Jayariyu; a folcloristas como Israel Romero, Silvestre Dangond o Beto Zabaleta; a dirigentes gremiales como José Félix Lafourie, Jesus Quintero o José Ramón Molina; a líderes ejemplares de nuestra raza como Marcos Iguaran, Joaquin Princes o Sonia Bermudez. En fin, a todos cuántos llevamos una vida amando a La Guajira, tratando de idear la forma de sacarla adelante. Los personajes que menciono son solo una muestra del potencial humano que tenemos. A todos hago un llamado para que emprendamos la cruzada de concientizar a los guajiros en el propósito de no seguir equivocándonos en la escogencia de los líderes que nos representan en todas las instancias. Nuestro tiempo se agota. Ojalá cambiemos para dejar a las generaciones de relevo un verdadero legado de grandeza.