La cacería indiscriminada, el tráfico y comercio ilegal de la carne de iguana y sus derivados amenazan la supervivencia de esta especie.
Por Weildler Guerra Curvelo
En estos primeros meses del año se abre en el Caribe colombiano la venta pública de los huevos de iguana. Este comercio ilegal se lleva a cabo en las principales vías de la región. En este preciso momento, en el trayecto comprendido entre Ciénaga, Pueblo Viejo y Tasajera, hombres cargados con sartales de huevos de iguana los expenden abiertamente a los ocupantes de los miles de vehículos que transitan por la Troncal del Caribe. Esta actividad, visible para todos los ciudadanos, no lo es para Corpamag, la autoridad ambiental en el departamento del Magdalena, ni para otras autoridades que poco o nada hacen para frenar este comercio ilícito.
La extracción de los huevos de iguana es una práctica de extrema crueldad. Quienes las capturan aprovechan la estación en que las hembras están cargadas de huevos y, por tanto, son más pesadas y vulnerables. A cada reptil le hacen una incisión para extraerle unos cuarenta huevos, Una vez obtenidos estos, rellenan su vientre con hojas secas, arena o aserrín. A continuación, las cosen burdamente con un hilo de nylon y las dejan en libertad. El problema es que nueve de cada diez iguanas mueren después de esta cruel cesárea. La cacería indiscriminada, el tráfico y comercio ilegal de la carne de iguana y sus derivados amenazan la supervivencia de esta especie.
En su artículo:“¿Comer iguana verde? Antropología, arqueología, biología de la conservación y etnobiología: distintas miradas a un mismo problema”, las investigadoras Elizabeth Ramos y Natalia Rodríguez examinan esta compleja situación desde disciplinas como la arqueología y la historia. Estas prácticas ponen en evidencia la tensa relación existente entre el patrimonio alimentario y la conservación de la biodiversidad. Los resultados de la revisión de los informes arqueológicos, como los de estudios zooarqueológicos más recientes, permiten corroborar que “la iguana verde fue una de las especies de fauna silvestre más utilizadas por los humanos en la Región Caribe desde aproximadamente el año 3000 a.C”- Una revisión de las crónicas coloniales más tempranas corrobora esta afirmación.
Ese consumo, sin embargo, apuntaba hacia la propia subsistencia y posiblemente hacia su uso ritual o medicinal. Hoy se demanda también la piel de estos animales para la elaboración de productos de marroquinería. Estos animales tienen una valoración estética y no siempre son vistos desde una perspectiva utilitaria. Los wayuu tienen collares llamados Iwanashukuyaa, cuyas formas se asemejan a los huevos de la iguana. Estos reptiles aparecen actuando como personas en diversos relatos de algunas sociedades amerindias.
La situación en el país con relación al consumo de la carne y los huevos de este reptil es heterogénea. Las regiones en donde hay mayor demanda corresponden al Pacífico y al Caribe colombiano, pero existen también variaciones en el consumo dentro de una misma región. Según las antropólogas mencionadas, en los departamentos de Córdoba, Sucre, Bolívar, Atlántico y Magdalena el consumo se dispara en los primeros meses del año hasta abril. En contraste, la oferta de carne de iguana en el Cesar y en La Guajira persiste durante todo el año.
Un hecho innegable, según lo declaran habitantes de las zonas rurales de estos departamentos, es la disminución de las poblaciones de iguana. Otra señal alarmante es la disminución de los zoocriaderos que surgieron para satisfacer la demanda de carne de estos reptiles. Las normas prohibitivas fracasan en parte porque no tienen en cuenta la dimensión cultural de esa situación ni su incidencia en las variaciones regionales en el consumo de su carne y sus derivados.
Mientras usted lee esta columna se están vendiendo miles de huevos de iguana en las vías de Colombia. Al fin y al cabo, dirán algunos funcionarios, ¿a quién le importan las iguanas?